viernes, 4 de diciembre de 2009

EL LIBRO DE INSTRUCCIONES

Hemos perdido el Libro de Instrucciones de la Vida. Este puede ser, sin duda, el leit motiv sobre la crisis de valores para emperifollar una homilía con fundamento. Hemos olvidado que, donde no hay ética, no hay estética y que donde no existen valores cristianos, la casa es una ruina. La Comunidad Europea nos insta a que desaparezcan los crucifijos de las escuelas y la COPE le echa la culpa a Rodríguez Zapatero. Aquí, en España, durante cuarenta años tuvimos el crucifijo escolar colgado en la pared entre las fotos de los dos ladrones: la de quién provocó el golpe de Estado y la del ideólogo del fascismo. Y al entrar en clase, todos en pie, recuerdo que no se cantaba precisamente “Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor...”, sino el Cara al sol y el Oriamendi, que equivalía a poner una vela al “espíritu del 18 de Julio” y otra al monarca que no teníamos, pese al paripé de referéndum en 1947 que estuvo desde ese año en vigor. A Don Juan había que tenerlo alejado a una distancia prudencial, pero fuera de nuestras fronteras. Estoril era el lugar idóneo para el permanente olvido. Los triunfadores de aquella Guerra Civil hasta se olvidaron de derogar en el BOE la Constitución de 1931. No queda más remedio que volver a los usos y costumbres de siempre: misa dominical, comulgar los primeros viernes de mes y los siete domingos de san José, el santo rosario en familia y las charlas del padre Laburu en Cuaresma, si queremos encontrar de nuevo ese Libro de Instrucciones tan necesario. Rezar a san Antonio para que aparezca, resulta insuficiente tal y como van las cosas. San Antonio sirve para encontrar un dedal, unas tijeras, o ese papel que nos falta para hacer una gestión en el Catastro, pero cuando se trata del Libro de Instrucciones de la Vida es necesario acudir a la jurisdicción de más altos y severos organismos, del Cielo naturalmente.

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