martes, 1 de diciembre de 2009

EMPEZAMOS DICIEMBRE

El maquinista de una locomotora del Ave Barcelona-Madrid iba por su vía tan ricamente esta mañana, y llegando a Ariza, el último pueblo de Aragón en esa línea, le ha adelantado en su “vuelo” a un pajarraco de enormes dimensiones. Se ha estampado contra el cristal y lo ha cuarteado. El maquinista en cuestión no sabía lo que le pasaba. Para él, que había matado definitivamente el águila de san Juan incrustado en la bandera que airearon los fachas en el altar mayor de los Jerónimos durante el último aniversario de la muerte de Franco. Tuvo ciertos remordimientos. Se había cargado el último símbolo de los nostálgicos. Al bicho en cuestión lo había mandado de semejante empentón cerca de Santa María de Huerta. Los viajeros, cuando paró el convoy, se preguntaban qué podía haber sucedido. Tampoco podían asomarse por la ventana. Renfe las había hecho herméticas para ahorrarse tener que colocar en los vagones la etiqueta “Es peligroso asomarse al exterior”, que un erudito viajero había denostado en cada trayecto que hacía en el correo de Andalucía, cuando iba por atún y a ver al duque, porque, según él, contenía un peligroso pleonasmo. Los compañeros de departamento no sabían qué era eso del pleonasmo, que les sonaba como a pulmonía, pero enseguida cerraban la ventanilla si llevaban hijos en esa edad en la que se puede mentir al revisor, o sea, cuando el que picaba los billetes les indicaba a los padres que el niño tenía que pagar medio billete y éstos, los padres, le aclaraban sin rubor que sólo tenía cinco años. El erudito personaje se extrañaba con el pleonasmo y el revisor con la supuesta edad del chaval que ya apuntaba sombra de bigote. El maquinista, esta mañana, creía haber acabado con las reminiscencias del franquismo cuando sólo había matado un buitre protegido. Las golondrinas, a veces...

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