domingo, 4 de julio de 2010

Los viernes, milagro

Vean si no es un portento. Viernes, 11 de la mañana. Tormenta sobre Zaragoza con abundante aparato eléctrico. Un hombre, aspando con los brazos, recorre la calle de Sobrarbe gritando: “¡viva el faradio”. Como muchos ciudadanos disfrutaban su segundo día de vacaciones nadie le hizo demasiado caso. “¡Qué pronto empiezan algunos a beber!”, comentaban varios parroquianos cuando salían de oír misa en Altabás, mientras esperaban en la puerta de la iglesia a que cesase aquel impetuoso aguacero. En medio del Puente de Piedra un autobús de la línea 35 permanecía parado y sin luces de posición. En su interior, los usuarios pretendían salir de aquel maldito cacharro con olor a socarrina intentando forzar las puertas de acceso. El impacto de un rayo de mil demonios había hecho su efecto sobre el techo del vehículo y había dejado k.o. todo el circuito eléctrico. Daniel Reyes, el conductor ecuatoriano, intentó acelerar el auto creyendo que el puente se estaba cayendo por culpa de un artefacto explosivo. Pero el autobús no respondía. Según parece, el conductor miraba en ambas direcciones preso de terror en un intento de conocer por dónde se había abierto la brecha. Mientras, los pasajeros abrían las puertas de forma manual, aunque no se atrevían a poner el pie sobre el suelo por la intensa lluvia. Todos estaban a salvo por un principio físico conocido como la “jaula de Faraday”. Los zaragozanos más devotos ya están considerando poner un retrato de don Michael, aquel hijo de un herrero de Londres, junto a las bombas del Pilar. A otros por menos los hacen santos.

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