domingo, 25 de julio de 2010

Toreo de salón

La encomienda del Rey al apóstol Santiago haciendo votos para poder salir de la crisis me recuerda el dicho de “fíate de la Virgen y no corras”. Las peticiones de don Juan Carlos a Santiago, las rogativas y las procesiones con el santo devoto bailado sobre una peana ante una pertinaz sequía, o los viajes hasta Lourdes con los enfermos desahuciados queda bien dentro del ámbito de la fe, pero esa virtud teologal por sí sola no sirve para acabar con el paro ni con la corrupción ni con el terrorismo ni con la avaricia de los bancos. Yo me inclinaría más, si es que me esquinase hacia algún lado, por otras probidades como son las virtudes cardinales; es decir: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. España es un Estado aconfesional y todas aquellas manifestaciones pías de cara a la galería por parte de la Jefatura del Estado se me antojan como lo más parecido al toreo de salón. Una cosa es que esa costumbre se mantenga por la Corona desde 1643 y que el Rey lo ponga en práctica cada Año Jubilar, y otra muy distinta que el Jefe del Estado lo haga en nombre del país, es decir, en nombre del conjunto de los españoles. De la costumbre de Felipe IV para acá han transcurrido 367 años. Ya no cuenta España, afortunadamente para los ciudadanos, con el valido conde-duque de Olivares ni con su sobrino Luís Méndez de Haro ni con el duque de Medina de las Torres. Las usanzas reales, en la actualidad, deben quedar ajustadas al ámbito de la vida privada de quien ostenta la Corona. Pero en el nombre de los españoles no debiera encomendarse el Rey a ningún santo de su supuesta devoción. La crisis económica terminará en España cuando las circunstancias lo permitan, gobierne la derecha o gobierne la izquierda. Los venerables, beatos y santos quedan bien donde están, o sea, inscritos en el Libro de los Santos. Nada más. Encomendarse a Santiago en nombre del país es hablar por no callar. Y hay silencios que son elocuentes.

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