viernes, 15 de octubre de 2010

¿Cambiar el protocolo?

Yo le diría la ministra Carme Chacón que eso del protocolo, los modales y la buena educación queda muy fino, aunque sólo en determinados espacios. Es decir, a la hora de sentarse a una mesa, de vestir las condecoraciones, etcétera. Esas cosas debería consultarlas con Carmen Lomana, que es una persona del mundo del famoseo patrio y que heredó de Guillermo Capdevila más de 1.000 patentes que la hicieron millonaria; o con Josemi Rodríguez Sieiro, muy finito él, que anda todas las noches de cenas entre marquesas, de fiesta en fiesta entre ricos horteras y de cóctel en cóctel allá donde se tercie con tal de que se celebren en el barrio de Salamanca. Yo sé que queda feo eructar en la mesa, cortarme las uñas de los pies delante de las visitas y rascarme en la entrepierna mientas una dama me habla del tiempo cuando compartimos el ascensor. Pero silbar al presidente del Gobierno con la que está cayendo en este país, o patalear en la sala de butacas del teatro cuando la puesta en escena nos resulta infumable, es distinto. Al Rey le pitaron hace dos meses en un campo de fútbol y no pasó nada. A Zetapé le pitaron en la parada militar del día del Pilar y tampoco pasó nada. Los aplausos, los pitidos, los vítores y las pataletas hay que aguantarlas con vergüenza torera y saber mantener el tipo. Esas cosas entran en el sueldo. Sin embargo, cuando se patalea en el teatro a los actores, a los pocos días la obra representada baja el telón definitivamente. Y si se arruina el empresario, importa un bledo. Lo ocurrido en el “circo” de la parada militar es distinto. Allí se va por motivos diferentes: unos, por la curiosidad de poder ver a los Reyes aunque sea desde muy lejos; otros, por simpatizar con los desfiles militares, la cabra de la Legión, los tanques y todo eso; y algún grupúsculo de la más variada catadura, por otras razones. Y ese grupúsculo de indeseables aprovechan los momentos más solemnes del acto castrense, como el toque de oración o la izada de bandera, para aflorar el rencor que llevan dentro desde el primer tercio del siglo pasado. Está claro que España no marcha. Ni dentro ni fuera. Dentro, nuestro particular desgobierno; fuera la chirigota hacia Moratinos de Mohamed VI y de Caruana. Como nos recuerda hoy Ignacio Escolar en el diario Público, “España ya es de los países con los sueldos más baratos de Europa: un 33% menos que la media de la UE-15 (…) el 63% de los españoles es mileurista…” Pero Díaz Ferrán, “el mismo que -como señala Escolar- mandó a la ruina a Marsans y a Air Comet y que pedía un ‘paréntesis en el libre mercado’ cuando tocaba socializar lar pérdidas”, se empeña ahora en que hay que trabajar más y cobrar menos. O sea, no le demos vueltas, aquí sigue habiendo dos Españas: la real, la que sufre las consecuencias de una nefasta gobernanza, la que no entiende de protocolos ni acude a desfiles ni sabe cómo poder llegar a fin de mes; y la otra, la del búnker, la que silba con grosería en las paradas militares, la que simpatiza con las consignas del presidente de la Patronal siempre que tales desafueros se apliquen a la clase menos pudiente, y la que bebe en las fuentes de Carlos Dávila.

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