sábado, 30 de octubre de 2010

Sánchez Dragó

Está claro que Fernando Sánchez Dragó lo que pretende es que se hable de él aunque sea para mal. Es su particular manera de utilizar el “truco o trato” para que se le preste atención y para que se compren sus libros. No entraré al trapo sobre todo lo escrito y dicho por este personaje, a veces más parecido a un esperpento de “halloween” que a una persona seria y responsable. El hijo póstumo de Fernando Sánchez Monreal, periodista y redactor-jefe del diario La Voz asesinado por los sublevados en septiembre de 1936, ha tenido una metamorfosis complicada desde su juventud hasta su llegada al punto donde ahora se encuentra, o sea, a ser el autor --según confiesa-- de ciertas “licencias irónicas en el diario El Mundo”. Su “sintonía con el universo filosófico de Oriente” le ha llegado a “ablandar las meninges” y a contar repugnantes historias urdidas con niñas de trece años en Tokio hace muchos años, o a soltar en una entrevista, la que le hizo Juan Cruz en el diario El País el 19 de julio de 2006, que “ahora soy el padre de mi padre, (…) lo llevo aquí, en el hombro, como el papagayo de los piratas, y todos los días charlo un rato con él”. Este moderno Jack O'Lantern sigue siendo un hombre culto, ameno y de pluma ágil. A mi entender, no es necesario que haga excentricidades o que trufe sus relatos con salidas de tono execrables, en determinados casos tipificados en el Código Penal, para que los lectores continúen visitando las estanterías de los grandes almacenes y adquiriendo sus casi siempre magníficos trabajos literarios.

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