lunes, 1 de noviembre de 2010

Huesos

Hoy, día en el que la Iglesia Católica celebra la festividad de Todos los Santos, los españoles de toda condición visitan los cementerios, depositan flores en las sepulturas de los parientes fallecidos y no sé si en los teatros se seguirá representando el Tenorio, como era tradición. Los pasteleros, que piensan más en hacer caja que en la trascendencia del “ser o no ser” hamletiano de aquellos que duermen en el hoyo, aprovechan para ofrecer a quienes todavía están en el bollo los llamados “huesos de santo”, que no son otra cosa que unos canutillos de mazapán rellenos de crema y espolvoreados con azúcar glaseada. Existe otra variedad de canutillos, llamados “huesos de san Expedito”, que viene a ser la misma pieza pero con otro compás y con más sonido de percusión. En un pueblo de Zaragoza, en Ateca, existió hace ya bastantes años un personaje curioso y muy delgado, a quien todos conocían como Huesitos, no sé si por ser magro de carnes o porque había trabajado en la factoría de los famosos Chocolates Hueso, y que a todos manifestaba sus ferviente deseos de ir a la Luna dentro de un cohete, cuando el viaje a la Luna era sólo un proyecto aunque avanzado de las dos grandes potencias mundiales en plena Guerra Fría. A los españoles siempre les ha encandilado mover los huesos de sus difuntos de un lado para otro. Unas veces para hacer sitio a los que van llegando al nicho; y otras, para sacarlos de las cunetas y llevarlos a lugares más dignos, como debe ser, aunque les moleste a sus verdugos.

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