lunes, 22 de noviembre de 2010

No hay excusa que valga

Félix Sanz Roldán, máximo responsable del CNI con motivo de la inauguración del II Congreso de Inteligencia, organizado por las universidades madrileñas Rey Juan Carlos y Carlos III, ha dejado claro que “la misión de los servicios de inteligencia es cada día más difícil”. A mi entender, para eso están, para resolver misiones peliagudas. Si tales escenarios embarazosos los supiese resolver un fontanero, o un protésico dental, aquí sobraría el CNI y hasta el superagente 86. Sanz Roldán entiende que “la dificultad estriba en las nuevas situaciones a las que se ven abocados, tales como el terrorismo, el tráfico de seres humanos, el crimen organizado o el blanqueo de capitales”. Félix San Rodríguez debería saber, y creo que lo sabe, que todos los Estados cuentan con un servicio de inteligencia eficaz y que todos ellos, en consecuencia, se desenvuelven dentro de la legalidad y con los medios necesarios que se les proporciona. España no es ni debe de ser diferente. Lo que desde mi punto de vista no es admisible es que este alto funcionario señale que "algunos riesgos y amenazas se nos vienen encima y nos cogen casi sin experiencia y sin capacidad de reacción". ¿Se refiere acaso Sanz Roldán a situaciones como las sufridas en Madrid la mañana del 11 de marzo de 2004? ¿Se refiere Sanz al terrorismo islamista? El hecho de que Sanz Roldán comente en el Congreso de Inteligencia que “algunos riesgos están fuera de control” es como para que el ciudadano se ponga a temblar. Como si un cirujano operase con el “Pons” sobre una mesa anexa al quirófano, para que la consulta de ese “tocho” le pudiese resolver aquellas posibles dudas que se presentaran durante la intervención. Desde luego que a mí tal “matasanos” no me operaría ni de un juanete. La obligación del Centro Nacional de Inteligencia es, a mi entender, tenerlo todo controlado. Las fisuras, cuando afectan a nuestra seguridad, además de producir pánico en la ciudadanía, regala ideas al contrario. Por lo tanto, Sanz Roldán tiene dos opciones: enterarse de lo que desconoce y tiene obligación de conocer; o dimitir de inmediato por su evidente falta de competencia. Los españoles, con nuestros abultados impuestos, mantenemos la Casa Real, el Gobierno, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, el Ejército y el kilométrico rabo de funcionarios de los más variopintos cuerpos y escalas de la Administración Central, de las Comunidades Autónomas, de los municipios y de las provincias. Como ciudadano que tarifa al Estado más de lo que recibe de éste, no admito eso de que “algunos riesgos y amenazas nos cojan casi sin experiencia y sin capacidad de reacción”. Eso sólo lo puede decir un niño cuando no está protegido por su primo el de “zumosol”. Si alguno de esos más de 2.500.000 funcionarios existentes en España no sirve para el cargo encomendado, que se haga a un lado y deje paso al siguiente aunque sólo sea por aseo democrático.

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