miércoles, 29 de diciembre de 2010

La metáfora de Sebastián

¿Qué quieren que les diga? A mí, personalmente, la postura neoliberal adoptada por el Gobierno no me ha cogido de sorpresa. Este gobierno tiene de socialista lo mismo que yo de obispo auxiliar. Lo del puño y la rosa es una metáfora que no llegamos a descifrar. Pero, bueno, Zetapé nos tiene a todos cogidos por el BOE, que es como trincarnos por la rosa de la entrepierna con el puño metafórico y no destraba por más que vociferemos. Y para terminar de adornar un mandato desastroso, llega el ministro de Industria, un tal Sebastián, y nos informa que la tremenda subida de la luz, eso que él llama Tarifa de Último Recurso, no tiene importancia, que “su coste equivale a poco más que a la toma de un café por persona al mes”. Y se ha quedado tan ancho. Este Miguel Sebastián nos toma a los españoles por tontos del haba. Por ahí no paso. Tonto él, cuando sacó una revista con la foto de una señora a Ruiz Gallardón en televisión dando por hecho que con esas malas artes ganaría la Alcaldía de Madrid. Este Gobierno, con Sebastián incluido, huele a podrido desde hace mucho tiempo. Su postura neoliberal de última hora, su puesta en escena en la triste salida del armario, obligado o no por Europa, que me da igual, le condena al purgatorio de la oposición hasta que reine en España la infanta Leonor, si es que llega a reinar. Este Sebastián, que todavía me debe una bombilla de bajo consumo, ha dicho para calmar nuestros alborotados ánimos, que “se da por concluido el proceso de revisión de costes hasta 2013”. ¿Ustedes se lo creen? Cuando dice 2013, ha querido decir que no habrá nuevas subidas tarifarias hasta mitad del año que ahora comienza. Pero, claro, lo dice en alegoría, como hace Zetapé con el puño, la rosa y el juego de la sucesión. “Sólo lo sabe mi mujer y otro”, ha dicho tajante. Esas cosas las debe tener apuntadas en el cuaderno rojo, donde dejó anotado cómo ganar ahora una guerra que perdió su abuelo hace tres cuartos de siglo. Paso de este soñador de batallas imposibles. A mí, como si se la pica un pollo…

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