martes, 14 de diciembre de 2010

Ni se muere ni cenamos

El embajador de Marruecos en España, Ahmadu Uld Suilem, se ha debido perder en su camino hacia Madrid. Digo yo que aprovechará para llegar a España junto a los Reyes Magos en la madrugada del 5 de enero, de sopetón y entre dromedarios, para repartir en la cabalgata caramelos a los niños que hayan sido buenos y sacado excelentes notas en el colegio de curas. Porque el carbón ya no lo proporciona nadie al precio que se ha puesto. Si les digo la verdad, nunca supe la razón de amenazar con castigar a los niños traviesos de mi infancia con briquetas de carbón. Sería por su color negro. Tampoco entendí aquello del “hombre del saco” ni lo del “ratoncito Pérez”. El caso es que los niños de ahora ya no desean recibir juguetes sino juegos para el ordenador. Sus arterias deben tener el color de las angulas de tanto sedentarismo mirando a la pantalla. En mi época de niño, como no había casi de nada, nos distraíamos con cualquier cosa: unas chapas de botellines, unas pistolillas que apañábamos con dos pinzas de tender ropa, o con los juegos reunidos “Jeyper”, que mataron muchas tediosas tardes domingueras de invierno. Al señor embajador de Marruecos, ex dirigente del Frente Polisario, se le concedió el plácet en abril pasado. Y nunca más se supo. Del anterior, Omar Azziman, tampoco se sabe nada desde que tomó las de Villadiego. ¿Se los habrá llevado el hombre del saco? Sí que es raro, sí… El caso es que Moratinos también está desaparecido y la señora Jiménez está muy preocupada por los manantiales de agua que abastecen a la ciudad de Melilla. Se ha agarrado al botijo, como hizo Marcelino Iglesias con el Ebro, y no lo suelta. Teme que corten el suministro. Nunca se sabe. Se empieza por bravuconadas y se termina con otra Marcha Verde. El conflicto de la isla de Perejil lo ganó la presencia naval española y el Segundo Tercio de la Legión de Ceuta, echando de ese lugar al único tipo que permanecía entre los apriscos cuidando unas cabras. Y aún así hubo que concederle el 19 de octubre de 2010 la Gran Cruz de la Orden de Carlos III a Driss Jettou, es decir, al ministro del Interior marroquí y máximo responsable de las fuerzas auxiliares y de los gendarmes que “invadieron” aquel islote. La Gran Cruz fue como el regalo del ratoncito Pérez, o sea, de Zetapé, a un pájaro de cuidado por haberse dejado ganar la guerra del abuelo Cebolleta.

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