miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuestión de estilo


La sensibilidad humana motiva que los ciudadanos estemos consternados por la muerte en extrañas circunstancias del estadounidense Austin Taylor Bice. Esa sensibilidad, que aflora más si cabe cuando se trata de una persona joven, conduce inevitablemente al sentimiento una gran sensación de mezcolanza de dolor y fracaso. Hoy, Miércoles de Ceniza y primer día de Cuaresma, en los actos litúrgicos se recuerda que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”, (Marcos 1.15). Las aguas del río Manzanares han sido el último sudario de un muchacho de aspecto feliz, según se desprende de las fotos de prensa, que había ahorrado durante tres años para cruzar el Charco porque, tal y como cita en el diario ABC, «le encantaba la cultura española y quería perfeccionar el idioma». Pero, al hilo de esta entrañable referencia, enseguida me sugiere una reflexión. ¿Se hubiese dado tanta importancia al adverso acaecimiento en el caso de haberse tratado de un inmigrante de Burundi o de Cabo Verde? Sinceramente, pienso que no. Al ciudadano corriente, que trata de imitar todo lo que llega enlatado de ese equivocado “mundo mejor”, sólo le interesa una contingencia determinada cuando confluyen en ella varias circunstancias que pueden ser el caldo de cultivo para un futuro alimento de la prensa del colorín, es decir, por ejemplo, cuando la persona es de buen aspecto, deportista y, mejor aún, norteamericana. A nadie, a mi entender, le afecta el desamparo de un tipo de color que llegó a nuestras costas en patera en busca de trabajo, que malvivía hacinado en un piso degradado del casco viejo de una ciudad gris y que apareció una mañana exánime en un descampado. La sensiblería vulgar y populachera, que nada tiene que ver con la sensibilidad humana, se ha hecho selectiva. Decía Ortega que “quien se irrita al ver tratados desigualmente a los iguales, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales, no es demócrata, es plebeyo”.

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