jueves, 3 de marzo de 2011

Gabilondo sabe lo que dice


Me entero de que ha fallecido de malaria el piloto, Peregrino García Pérez, que llevó a Guinea Ecuatorial el mes pasado a José Bono y a su séquito. Lo raro es que sólo le haya picado el mosquito fatal a él. Eso confirma que los políticos están inmunizados de malaria y hasta de la leismaniosis. Toman con el desayuno su ración de miltefosina y no hay quien los mate. Recuerden el viajecito de Esperanza Aguirre a Bombay, cuando regresó ella sola, dejando al resto del séquito tirado en el aeropuerto. A Esperanza Aguirre le salvaron los calcetines blancos, que la camuflaron de Capitán Araña. De eso no hay duda. Iñaki Gabilondo, que los mata bien muertos, como decía aquel anuncio de “Raid” contra los mosquitos, ha hecho unas declaraciones, con motivo de la presentación de un libro suyo, “El fin de una época”, donde ha aprovechado para largar al público que le escuchaba que “el ansia de notoriedad, los niveles de audiencia, la competencia y las tácticas utilizadas para conseguir más audiencias, disfrazadas de ideología”, están acabando con el periodismo entendido como tal, para terminar diciendo que, “actualmente, la industria de la comunicación vive sometida a la lógica empresarial y en nombre de este sistema se despide o no a la gente, se incorpora o no a más trabajadores”. Para Gabilondo, “el peor enemigo de la libertad de expresión es el paro". Ha dado en la diana. Los periodistas bailan al son que toca el que paga. Un ejemplo: Julio Ariza y el vergonzoso corifeo de “el gato al agua”. Por otro lado, es evidente que cuando un periódico de ámbito regional, pongamos por caso, perteneciente a una sola familia desde hace un siglo pasa por malos momentos, tiene tres opciones: la primera de ellas, la más drástica, consiste en ordenar que el último redactor apague la luz antes de cerrar la persiana para siempre; la segunda, integrarse dentro de otro grupo empresarial del mismo sector aunque más solvente. Claro, con esa segunda solución, aunque sea salvadora, la familia propietaria pierde soberanía sobre el medio; y, una tercera, la más recurrente, consiste en acudir a determinadas cajas de ahorro de ámbito regional para que “devuelva favores” y participe con un aporte importante en su capital social, por ejemplo, que obliga a una cesión accionarial del 30 por ciento. A partir de ese momento la empresa sobrevive y continúa llegando cada amanecer a todas las ciudades y pueblos de la Comunidad Autónoma. Pero “el favor” habrá que devolverlo por pasiva, o sea, será necesario pagar el peaje de pasar por alto las corruptelas de los políticos de turno, saber echar el incensario con devoción de novicia, no morder la mano que te da de comer y evitar denunciar “malas prácticas” de la entidad de crédito recién entrada en el accionariado, por más que esas malas prácticas, aunque hayan escapado al control del Banco de España, sean notorias. No digo nada nuevo si afirmo que las cajas de ahorro en España están manejadas por políticos nada menos que desde el trienio liberal (1820-1823) y, para asombro de los impositores, no se ven en la necesidad de rendir cuentas a los accionistas, por la sencilla razón de que no los tienen, y porque se rigen por la “ley de sociedades limitadas de carácter fundacional”. Todo un disparate. A partir de ahí, saquen sus propias conclusiones. La mía está clara: Gabilondo sabe lo que dice. ¿Estamos todos prostituidos? No lo sé. Quizás sea cierto lo que mantiene mi amigo: que todo tiene un precio, hasta en época de rebajas.

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