jueves, 10 de marzo de 2011

Literatura como válvula de escape


Entre los grandes ediles desconocidos, nos encontramos con “don Anselmo Copete, natural de Ólvega, (que) llegó a Aragón de pequeñito. A estudiar para cura. En el Seminario de Tarazona aprendió a robar con garbo y estilo. No le pillaron ni una. Hoy faltaba el misal, mañana la naveta. Todo aparecía en Lérida. Según crecía se hacía más malo. El señor obispo lo ascendió por su perspicacia. Al cumplir los 22 se enamoró de otro y se salieron juntos. Sólo hablaba en latín antiguo. Se encapricharon con Malón, por su situación limítrofe. Empadronaron el coche y se presentaron a la lista por el Partido Comunista Unificado. Arrasaron. En cuanto enganchó la vara se divorció. Y echó a su pareja del pueblo. Empezó a construir el cuartel de la Guardia Civil y Urralburu lo recomendó a Roldán. Su carrera fue meteórica. Estuvo a un paso de la Moncloa y de Tailandia. ¡A éste aún no lo han pillado! Uno de Malón lo vio diciendo misa el año pasado en el Vaticano. Menuda pieza. Qué carrerón.” Lo que acabo de escribir es parte del libro “Aragón sin empalmes” escrito por Joaquín Carbonell y Roberto Miranda, un cantautor y un periodista, respectivamente, que ayer presentaban en un café-bar de Zaragoza junto a Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, su cuarta obra sobre Aragón en los últimos cinco años. Este último libro, dedicado a José Antonio Labordeta, podría decirse que es una continuación de otro de similares características, con unos paisajes, unas leyes y un vocabulario que se muestra “como una realidad que nunca aparece en los medios oficiales”. Su amena lectura nos adentra, como ellos mismos señalan, en “tipos de piedras, grandes pensadores, palabrerío suelto, futbolistas desconocidos de Tercera División, roqueros sin disco, etcétera”. Editado por Voces del Mercado, contiene infinidad de dibujos ilustrativos y recomiendo su sosegada lectura a todo aquel que desee conocer el otro Aragón, el desconocido, visto desde una mirada seca, resignada y con briznas del nudoso trabazón del astracán más pinturero. Como cuentan sus autores, “es un artefacto carente de sensatez y de permisos oficiales, bien es verdad que tampoco ha sido distinguido por la autoridad con ninguna subvención”.

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