jueves, 5 de mayo de 2011

La guerra del café


Desde que al ciudadano le ha dado por adquirir esas endiabladas cafeteras que funcionan con cápsulas, el mundo ha entrado en una nueva guerra: la guerra del café. De niño recuerdo que en casa utilizaban un molinillo y todas las mañanas se ponía agua a hervir y, cuando burbujeaba, se le echaba el café recién molido y algo de raíz deshidratada, tostada y molida de achicoria que ya se había mezclado sobre media hoja de periódico del día anterior. La achicoria le daba al café un cierto sabor amargo y contaban que ayudaba a vaciar la vesícula biliar y facilitaba la digestión. No sé por qué, recuerdo también que casi siempre aquella página de periódico coincidía con las esquelas mortuorias. Luis Carandell, en su “Celtiberia Show”, mostraba una fotografía con la imagen de la pizarra de un bar en un pueblo de Andalucía, donde podía leerse: "café, 10 pesetas; café-café, 15 pesetas; y, café por la gloria de mi madre, 25 pesetas". Esto viene a cuento con el acuerdo que hizo en su día Philips Senseo con la marca “Marcilla”, de Sara Lee, para comercializar una moderna cafetera con pastillas monodosis. No contentos con los resultados de su explotación, que es fabuloso, han osado entrar en guerra con la suiza Nestlé que fabrica las cápsulas “Nespresso”. El resultado es que Senseo-Lee fabrica unas cápsulas compatibles con la que elabora la suiza, aunque a un precio más asequible para el consumidor. Al final, lo de siempre, llegará un producto de “marca blanca” y terminará con las actuales cafeteras. Eso ya pasó con las cintas de impresora, con las imitaciones de botes de cacao y con todo lo que se mueve. Los plagios están a la orden del día y es difícil luchar contra ellos. Yo sigo echando en falta aquel café de puchero, el de toda la vida, que se colaba con una manguera y que olía de manera gloriosa. Supongo que la tinta de las esquelas de la prensa en conjunción con el vapor del puchero le añadía al café recién molido más coloración y hasta las visitas, cuando las había, lo agradecían. No cabe duda de que en esta España cañí, empobrecida ayer y arruinada y disgregada hoy, como dice Manuel Martín Ferrand, las apariencias siempre alcanzan jerarquía de realidad. En este Reino de España vivimos más del fasto que de la eficacia. Hemos pasado del fasto del Café de Chinitas lorquiano al descarado plagio al estilo chino en las cápsulas de café y hasta en la forma de hacer castañuelas y botijos. Ignoro quién es hoy más torero y más gitano, como contó Lorca que dijo Paquiro a su hermano, si los de Senseo y Lee o los de Nescafé. Para mí que van de tiburoneo en la captación de mercado. ¡Allá se arreglen! Por cierto, ya que ha sido nombrado, diré que aquel Café de Chinitas fue un cafetín cantante de Málaga de pequeñas dimensiones, con seis palcos a los lados, que operó como burdel en demasiadas ocasiones y que terminó siendo cerrado por escándalo público en 1937, coincidiendo con el avance imparable de los sublevados y con la consiguiente implantación carpetovetónica casi vitalicia del nacional-catolicismo.

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