miércoles, 15 de junio de 2011

Un ataúd, o la maleta del loco


Sería necesario conocer las razones de por qué Carmen Franco Polo se ha opuesto al traslado de los restos de su padre fuera del Valle de los Caídos. Los restos del dictador y genocida Francisco Franco, que, de no haber ganado una guerra civil, ni siquiera aparecería en las enciclopedias, deben ser sacados de inmediato de la parte trasera del altar mayor de la basílica y depositados en cualquier otro cementerio. Mientras eso no ocurra, mientras muchos españoles que lucharon por la libertad continúen setenta y cinco años después de una tremenda guerra entre hermanos, olvidados en las cunetas de las carreteras y en el fondo de los barrancos, no se cerrarán las heridas aún abiertas. Como decía, si Francisco Franco no se hubiese puesto en 1936 al lado de Mola, nadie se acordaría hoy de ese militar africanista. Sí, en cambio, las enciclopedias darían cuenta de su hermano Ramón, entre otras cosas por haber tomado parte desde Palos de la Frontera hasta Buenos Aires a bordo del hidroavión Dornier Wal Plus Ultra; porque en 1930 se sublevó contra la Monarquía en el aeródromo militar de Cuatro Vientos; y, además, por haber obtenido acta de diputado por Esquerra Republicana de Catalunya en las elecciones generales de 28 de junio de 1931. Se equivocan aquellos, entre los que incluyo a José Bono, que entienden que el franquismo murió con Franco, en 1975. Ni mucho menos. El recuerdo del franquismo seguirá presente, querámoslo o no reconocerlo, durante mucho tiempo. Su maquinaria ya no funciona, pero el chasis de la tramoya se encuentra presente hasta en la Jefatura del Estado.Y con ello no pretendo señalar la figura de don Juan Carlos, al que tengo por un buen rey de España, sino otra figura distinta del mismo personaje, la figura difuminada y gris de aquel Juan Carlos, Príncipe de España, obligado durante demasiados años a tragar muchos sapos y a ser ninguneado por un dictador al que su hija no encuentra ahora lugar donde enterrarle.

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