sábado, 2 de julio de 2011

¡Chupa la gamba, Maripuri!


El Ministerio de Sanidad y Consumo nos avisa de que es malísimo chupar las cabezas de las gambas por su contenido en cadmio. Queda claro que lo único que todavía no es letal es chupar del bote. Los peces azules contienen mercurio, las gambas poseen cadmio, las espinacas de Popeye y las acelgas son malísimas para la salud si se toman en demasía o en niños menores de tres años, los filetes de ternera pueden producir encefalopatía espongiforme… A este paso, la ministra Pajín, nuestra Cornelia Prüfer-Storcks particular, a fuer de meter la gamba, sólo nos va a permitir comer castañas de Doncos, madrillas del Jalón y almendras garrapiñadas. A la oleada de recortes sociales europeos habrá que añadir, de ahora en adelante, la poda despiadada en las ofertas de platos ofrecidos en las cartas de los restaurantes y la ilegalización en la escucha de la canción “Buen menú, señor” cantada a capella por Los Xey. Además, deberemos tocar madera cada amanecer ante el misterio que encierra la frase de Rubalcaba: “Sé lo que tengo que hacer y cuándo”. Para mí, eso es lo que más miedo me produce. Lo de no poder chupar las cabezas de las gambas fastidia, aunque nos resignaremos. A la fuerza ahorcan. Estaremos obligados, no sé si por ley, a tener que salir a la calle a lamerlas con fruición, de la misma manera que ya estamos obligados por ley a tener que fumar el cigarrillo de después del café casi a escondidas y lejos de la civilización. Presiento que a no tardar veremos en los bares de Zaragoza, “Belanche” incluido, un cartelito colgado en la pared que señale: “Prohibido chupar las cabezas de carabineros, gambas y langostinos dentro de este establecimiento”, de la misma manera que ahora se prohíbe fumar. Recuerdo que, durante el franquismo, en las tabernas estaba prohibido blasfemar, cantar y hablar de política. Ahora todo ha cambiado. Se pueden decir tacos y hasta acordarse uno de la madre del que asó la manteca. También, hablar de política. Lo de cantar ya no lo sé. Pero parece inevitable que el cliente tenga que soportar el martirio de una música ratonera a tan alto volumen que impida que se pueda mantener una conversación. Este es un país donde existe la creencia generalizada de que sembrando mucha bulla se cosechan amigos.

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