sábado, 20 de agosto de 2011

Esperando el "milagro" Bertone


De acuerdo, la visita del Papa merece respeto por parte de la población civil española. En este sentido, nada que objetar. Pero, como señala Carlos Carnicero en su particular “Bitácora para náufragos de la izquierda”, también muy respetable, “muchos católicos pueden tener la tentación de sentirse ofendidos por la actitud de algunos manifestantes laicos. Y muchos ciudadanos estamos molestos con la actitud injerencista (sic) de la Iglesia Católica tratando de imponer su moral sexual y de otros ámbitos a la sociedad civil. Si no conjugamos el respeto de la Iglesia al poder civil y de los ciudadanos a las prácticas religiosas que se soportan en el ámbito privado y particular, la repetición de confrontaciones ocurridas en nuestra historia puede ser algo más que un mal sueño. Todos tenemos la obligación de impedir que la violencia de raíz religiosa se imponga en nuestras vidas”. Como nos recuerda Juan G.Bedoya hoy en “El País”, “la jerarquía romana está empeñada en hacer creer que, sin las raíces cristianas, Europa sería un continente peor. Incluso intentó que la Constitución de la UE asumiera esa idea. (…) La historia del papado es un rosario de despropósitos e intolerancias contra la modernidad. Vio en Mussolini “un hombre providencial” (Pío XI); el dictador Franco fue procesionado (sic) bajo palio como cruzado salvador de la Cristiandad; una parte del episcopado execró de la Constitución de 1978 por “pecadora y atea” (primado Marcelo González), y en la Francia del XIX, la Iglesia romana prefirió al sangriento Napoleón III que a los liberales”. Pero lo más gracioso de todo es la posición del Gobierno, absolutamente desnortado. El ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, en el almuerzo que mantuvo ayer con Trinidad Jiménez, el director adjunto de su Gabinete y coordinador del viaje papal Carlos García Andoin, el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, y el nuncio Renzo Fratini, pidió “ayuda pastoral” para que se acelere el final de la banda terrorista ETA. O sea, esa baza que necesita el candidato Pérez Rubalcaba como si se tratase de una necesaria transfusión de sangre, antes de que termine el mandato de Zapatero. Decapitar a la ya muy débil banda de pistoleros vascos, que a todas luces es una simple cuestión de tiempo, podría servir -o al menos eso cree Rubalcaba- para acortar distancias en esa “tremenda estadística” sobre la intención actual del voto ciudadano. Y ETA ya lo ha dejado bien claro: dejar de exigir el impuesto revolucionario equivale a que el Estado les entregue 4 millones de euros anuales a la banda. Pero Rajoy ha dicho que el hecho de que la banda haya dejado de matar no significa que esté inoperante.Yo también lo considero así. La bicha está durmiente y puede despertar de su letargo cuando se reorganice. En tal situación, tanto Bertone como Fratini sólo podrían calamar, a lo sumo, las tensiones en las diócesis de Bilbao y de San Sebastián, donde Iceta y Munilla se las ven y se las desean para controlar las voces críticas de los curas nacionalistas ante lo que entienden como una “involución” auspiciada desde Madrid por Rouco Varela. Ambos son los sucesores de “un tal Blázquez”, y eso gusta. Asurmendi, en Álava, se va defendiendo. Jáuregui sabe, como lo sabemos todos, que ETA nació en un seminario y confía que termine si el clero ayuda. A mi entender, y que me perdone el ministro de la Presidencia, suponer que el fin de la banda lo puede conseguir el “milagro” de un funcionario del Cielo, por muy Bertone que se llame el mediador, equivaldría a un razonamiento de niño de párvulos.

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