martes, 21 de febrero de 2012

El entierro de la sardina


Lo que llega ahora, tras los carnavales, es el entierro de la sardina. “La imagen que estamos dando fuera de España es nefasta”, o algo parecido parece haber dicho Rajoy en Londres tras las manifestaciones de este martes en Valencia y en Madrid. Hoy había escasa presencia policial en la primera de esas capitales. Ni tanto ni tan calvo. Lo que no puede tolerarse desde un punto de vista democrático es que el ministro del Interior defienda los “excesos” policiales de ayer. Por decirlo de una manera suave, los pirómanos los tenemos dentro del cuerpo de bomberos y eso es difícil de poder ser explicado a David Cameron. El Gobierno está pediendo los papeles a sólo dos meses de su llegada al poder y los más agoreros ya vaticinan que se aproxima una primavera de abrigo. Mientras el sindicato mayoritario de policía habla de “cobardía política y personal del ministro”, el ciudadano de a pie, que no dispone de otras armas que la fuerza de la razón, observa atónito lo que cuenta la prensa internacional. Dice el ministro Fernández, punto y coma, que “errar es de humanos”. Sí, cierto. Pero mantenerse en el error, a sabiendas de que lo hecho está mal, es de insensatos. Sabemos que la Policía actual es la misma que existía hace cuatro meses, pero los que han cambiado en España son los mandos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, responsables en la parte que les toca de esos desafueros. Quienes piensen, como se afirmaba ayer noche en la cadena de Julio Ariza, que lo que sucede aquí y ahora son políticas de estrategia de partidos de izquierda y de sindicatos, son, posiblemente, los mismos que atacan al exjuez Garzón con un enfermizo encarnizamiento, los mismos que no desean que se desentierren los cadáveres franquistas de las cunetas de las carreteras y, cómo no, los mismos que colocan palos dialécticos en la marrana de la noria de las más altas Instituciones del Estado, diciendo pero sin decir, dejando entrever entre cortinas, tirando la piedra y escondiendo la mano, esclareciendo quiénes son “hombres de bien”, etcétera. No acabamos de enterrar de una vez la sardina de las dos Españas en el más recóndito espacio de Cualgamuros. Ya lo dijo De Gaulle: “las guerras civiles no se acaban nunca”.

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