miércoles, 8 de febrero de 2012

Pedir disculpas, ¿y qué más?


La prensa señala que la infanta Cristina ha llegado a Barcelona. Eso no debería ser una noticia de primera página si no fuera por la “preocupación” de alguien que, en mi opinión, tiene “rabo de paja”. Iñaki Urdangarín está citado a declarar como imputado el próximo 25 de febrero por el juez del caso Palma Arena, José Castro. Lo que no acierto a comprender es que la Justicia no cite a declarar a la hija menor del Rey en un Estado de Derecho. Porque si la Justicia sólo se concibe en España, en la praxis, para intervenir en casos de “robagallinas” y de quinquis barriobajeros, apaga y vámonos. Uno, en su escasa sabiduría, no concibe que la Corona pueda resentirse de modo alguno por el hecho de que en nuestro país se cumpla la ley, cuando la ley es para todos. Pero uno, a pesar de ser consciente de su exigua sabiduría, es conocedor de sólo la persona del Rey es inviolable. Cuenta el abogado de Urdangarín, Pascual Vives, que “si éste -su cliente Urdangarín- ha hecho cosas que no son correctas, las reconocerá y en su caso pedirá las disculpas que correspondan”. Sí, eso queda muy bien en el caso de que alguien reconozca que ha delinquido. Pero no es suficiente el hecho de pedir perdón. Además del perdón, que debe llevar aparejado el propósito de enmienda (algo correcto en un país, el nuestro, donde sobrepasamos los cinco millones de parados), se debe proceder a una plena satisfacción de obra, o sea, a la devolución inmediata de lo despojado con marrulleras añagazas. Y a todo ello, habrá que añadir un inexcusable acatamiento a lo que pudiese determinar la fuerza de la Ley para casos semejantes. Todo lo demás no es cosa diferente a marear la perdiz.

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