lunes, 30 de abril de 2012

El domador de gaviotas

Dice Carlos Carnicero en su bitácora, y dice bien, que “añadir cada día una nueva improvisación en forma de recortes y subidas de impuestos no tiene venta posible en la opinión pública. Si no hay más protestas es porque el miedo se ha apoderado del aire que respiramos”. Este domador de gaviotas no es que tenga un problema de comunicación con los ciudadanos. El problema es él, todo su gabinete y un ramillete de periodistas que ejercen de lameculos permanentes por aquello de que hay que estar con el poder, por si cayese algún premio en la pedrea de los desaciertos. Eso ya pasaba con la dictadura y sucede ahora, cuando Rajoy, con el rodillo de la mayoría absoluta en sus manos se ha convertido en el siervo más servil al servicio de Merkel. No pasa un viernes sin que este iluminado, aupado en las urnas sin prever sus consecuencias, ataque frontalmente al Estado de bienestar con medidas que producen escalofríos. Ahora pretende controlar la televisión pública para hacer de ella su mejor medio de propaganda para repetir una y otra vez sus propias mentiras por ver si consigue que la sociedad se las crea. Hasta Manuel Martín Ferrand se asombra de la situación de inconsciencia en la que estamos sumidos los ciudadanos: “Sería bueno, y provechoso, –cuenta- averiguar por qué estamos tan cansados los españoles. Dejando aparte los cinco millones seiscientos mil parados que registra la Encuesta de Población Activa, entregados al ocio forzoso, los demás integramos la Nación de menos productividad de toda la Unión Europea. A pesar de ello vamos de fiesta en fiesta, de puente en puente, incluso de acueducto en acueducto como si esto fuera Jauja. No se ven jamones colgando de los árboles y los precios de los productos del consumo básico tienden a crecer más deprisa de lo que decaen los ingresos reales del ciudadano medio. ¿Estaremos atrapados en un delirio colectivo?”. Posiblemente sí. Día llegará, a este paso, en el que hasta los escasos puestos de trabajo se repartirán dependiendo de la lealtad a la gaviota y de los certificados de buena conducta que expidan los párrocos en sus señoríos. Se empieza tomando el control de la economía, de los medios de comunicación y de las actividades culturales, privatizando colegios y hospitales, moldeando a un pueblo empobrecido hasta convertirlo en herramienta flexible de los poderosos, etc., y se termina justificando lo injustificable. Los delirios colectivos en democracia suelen terminar mal, muy mal.

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