domingo, 8 de abril de 2012

Mutis por el foro


Ahora resulta que una normativa europea, que regula la venta ambulante, prohíbe entre otras cosas que los comerciantes levanten la voz en los puestos de los mercadillos callejeros. ¿Se acabará prohibiendo también subir el tono de voz en las tabernas cuando se converse de fútbol? Es una pena que ya no podamos contar con don Antonio Mingote para que forje una genial viñeta al respeto. De ahora en adelante, el vendedor de zapatos, de quincalla o de ropa, o de todas esas cosas a la vez, normalmente de etnia gitana, deberá acercarse al ciudadano que observa los artículos expuestos y con voz apagada susurrarle cerca del oído: “¿Puedo ayudar al caballero?”, como si estuviese en la planta de “Emidio Tucci” de “El Corte Inglés”. Y el caballero, que antes de asomar por el mercadillo habrá tenido que dejar el caballo amarrado a una señal de tráfico, le contestará con una suave sonrisa: “Muchas gracias. De momento, sólo estaba mirando”. Y el comerciante, que tiene la costumbre de comer caliente, se alejará unos metros sin perderle de vista, hasta que el caballero decida si adquiere o no una corbata verde de poliamida con una vaca pastando en Sangrices, o una palmatoria de latón con el escudo de Gerona troquelado, o una navajilla de Albacete con cachas de cuerno caprino, o un cedé que contiene la película “Las nieves del Kilimanjaro”, o la “Antología Poética” de Leopoldo Lugones en “Colección Austral”. El caballero, que ha decidido abrir el libro de Lugones por su página 81: “Y al tórrido maní cuyo estuchito/ como una oruga en el mantillo engorda…”, se emociona con la lectura de Lugones y con un breve gesto silente llama la atención del vendedor, que resulta llamarse Paco y dice ser sobrino-nieto de Carmen Amaya. Paco le cuenta al caballero que el libro está muy bien de precio y que el autor parece bueno pero que a él no le gusta leer porque se le cansa la vista con la primera letra. El caballero toma el libro, paga después de haber regateado el precio y se marcha despacio, sin armar mucha bulla al pisar en la polvorienta explanada donde cae un sol de justicia. “Las directivas son las directivas directivas” –cavila el caballero- mientras un tren de mercancías rompe el silencio rayando el paisaje. “O es menudo comercio en las esquinas/ donde los mercachifles lo pregonan, / al oloroso calorcillo de una / pequeña y popular locomotora”. Europa nos ha decepcionado. Ya tampoco nos dejan levantar la voz. Decía Antonio Gala que “la decepción no proviene de que la vida sea sucia y fea, sino de que nos habían engañado; sino de que los mayores no ven la vida limpia y bella jamás”. Los anglosajones, a mi entender, tampoco.

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