jueves, 24 de mayo de 2012

La colonia de Gibraltar




Lo que está sucediendo entre el Reino de España y la colonia de Gibraltar no pasa de ser un rifirrafe barriobajero de la más baja ralea. Tú me mojas la oreja y yo te doy un empujón. O rozamos las bandas de estribor de los barquitos patrulleros como si se tratase de dos machos cabríos luchando por el dominio sobre la hembra. Fabián Picardo, que así se llama el gobernador del peñasco, debería ser consciente de que a los españoles ya nos clarea la raspa por la gazuza y, como sucedía en la posguerra, acostumbramos a comer sardinas frescas y, también, sardinas en salazón, esas que se exponen en un tabal en forma de rueda en las tiendas de ultramarinos de los pueblos del interior, cuando tenemos prohibido por causa de la crisis económica, tal y  como sucede ahora, poder hincarle el diente al “rosbif”, al “sunday roast” y al “yorkshire pudding”.  Qué más quisiéramos nosotros que por estos pagos lloviese con la frecuencia que lo hace en Gales y que tuviésemos unos prados verdes donde rumiasen vaquiñas mansas, “las vacas más buenas mozas de fondo color canela y manchas de mariposa”, como reza el tango argentino, en Los Monegros o en Las Bardenas Reales. Pero como casi no llueve, hay que salir a faenar  todas las noches por los  mares que casi nos circundan para que los Hijos de Carlos Albo no cierren la persiana, como ya lo hizo Bernardo Alfageme con sus conservas Miau, y nos sigan proveyendo, tanto a los habitantes de Calatayud como a los de Mansilla de las Mulas, de latas de sardinas picantonas, que son una delicia para el paladar. Nos consta que hubo un Tratado de Utrecht hace tres siglos y que el primer Borbón instalado en España, Felipe V, concedió el Peñón de Gibraltar a los ingleses  como si ese trozo de España fuese suyo;  ¡qué digo!, como si regalar el Peñón de Gibraltar por parte de un rey de España fuere lo mismo que conceder el collar del Toisón de Oro a Sarkozy. Y, claro, ahora no lo sueltan y, para más “inri”, han convertido la colonia inglesa en un paraíso fiscal. ¡Chupa del frasco, Carrasco! Pero las aguas son españolas, los barcos llevan matrícula de Cádiz y las sardinas pertenecen a los marineros que las saben pescar. Todo lo demás son cuentos para asustar a sietemesinos.

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