sábado, 25 de agosto de 2012

¿Qué pintamos en Afganistán?



Recuerdo que, siendo yo niño, mi bisabuelo Miguel Nales Larrea leía todas las mañanas “La Gaceta” en un sillón de mimbre. La Gaceta del Norte, a la que estaba subscrito, fue un diario de tendencia conservadora y monárquica que se hacía en Bilbao, en la calle Henao, número 8, y que contaba con más antigüedad que el respetable diario ABC de los Luca de Tena; ese diario que ahora, tristemente, se ha convertido en un sancocho de Vocento. La Gaceta del Norte comenzó a publicarse el 11 de octubre de 1901 por la Editorial Vizcaína y tuvo su fin en 1987. Todo acaba, como hace poco ha saltado de su asiento Carlos Dávila, director de la otra “La Gaceta”, la que preside Julio Ariza y sobre la que se cuenta que  acumula alrededor de 40 millones de euros de números rojos y donde parece ser que el Grupo Intereconomía  está llevando a cabo un expediente de regulación de empleo que afecta a unos doscientos profesionales. Y en esa “La Gaceta”, la de ahora, la que nunca leyó mi bisabuelo Miguel y de lo cual me alegro, se cuenta en el número de hoy que “las tropas españolas sufren cinco ataques fallidos en 24 horas” y que “uno de los ataques tenía como objetivo el convoy en el que viajaba el jefe del contingente español, el coronel Luis Cebrián Carbonell”. Vamos a ver: en Afganistán hay una guerra. España mantiene tropas integradas dentro de la OTAN, que ocupan ese territorio conflictivo. Y como el horno no está para bollos en aquel avispero al que yo no iría para tomar el vermú, parece normal que estallen artefactos en los caminos al paso de las tropas ocupantes. Y si en el convoy objeto del ataque con artefactos resulta que viaja el coronel español Luis Cebrián Carbonell, pues ya ven, acontece que le huele el culo a pólvora. Son gajes del oficio.  El artefacto en cuestión, al que hace referencia la noticia y sobre el que no conozco sus características, explosionó ayer, cuando la columna de vehículos militares atravesaba el conflictivo cruce de Sabzak, entre la provincia de Badghis y la provincia de Herat. Pero que no cunda el pánico. Aclara La Gaceta que “el propio coronel ha explicado a los periodistas que desde el vehículo en que viajaba no llegó a escuchar la deflagración, que se le comunicó por radio”. Pues, hombre, si el coronel Cebrián ni siquiera escuchó el estampido de aquel objeto estridente puesto al paso del convoy, quiere decirse que tampoco es, a mi entender, merecedor de medalla alguna. Si yo me encuentro pescando en el Jalón, cerca de Calatayud, mal puedo escuchar las campanas del Pilar. En “La Gaceta”, aquella Gaceta del Norte que leía mi bisabuelo, se publicaron “hazañas bélicas” de mayor calado, tanto sobre la Guerra de África como sobre la Guerra Civil. Y les puedo asegurar que las bombas fascistas silbaban en el aire de Bilbao y sonaban en sus calles como suenan las bombas. La población civil las escuchó y las padeció en sus carnes y en sus casas, pero nadie les tuvo en cuenta. A mi madre, una bomba lanzada sobre Bilbao le quemó un abrigo. Eran “daños colaterales” y aquel tipo de padecimientos nunca tuvieron recompensa. Que lo sepa el coronel Cebrián: en la guerra como en la guerra.

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