lunes, 17 de septiembre de 2012

No perder la cara al toro




Es una simpleza decir que todo en esta vida tiene su riesgo. ¡Pues claro! Cuando al torero le mata el toro, el albañil se cae del andamio, el guardia recibe un tiro de un quinqui, o el pescador se engancha en el anzuelo, se inscribe todo ello dentro de los gajes del oficio. Lo que no resulta normal es que el amo muerda al perro, o que cierre una funeraria por falta de clientes. No cabe duda de que hay que prevenirse de tales circunstancias. Cuando el torero le pierde la cara al toro acostumbra a ir derecho a la enfermería, cuando el albañil se cae del andamio suele ser por falta de protección, cuando el pescador se engancha en el anzuelo conviene saber que tal garfio debe extraerse siempre al revés, o sea, por la parte en que se ata al sedal, etcétera. Los gajes del oficio comienzan desde el mismo instante de nacer, a esa hora indefinida que sólo interesa a los confeccionistas de horóscopos y cartas astrales. El español, que es sabio ante la desgracia y la muerte, acostumbra a quitar penas durante los velatorios. Por eso en los pueblos se inventó la mesa camilla, el ojén, las pastas y la boina sobre las rodillas. Aquí, a Dios gracias, hay recursos para todos los eventos y se suele caminar por la vía de lo práctico. Las lágrimas, sin embargo, necesitan de su onomatopeya para ser creíbles, de  la misma manera que para bailar con la negra rumbita en noche carnavalesca hay que echar toda la carne al asador y se requiere cimbreo de cintura en el ritmo del mambo, la conga, la samba y me voy a la pachanga.

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