miércoles, 16 de enero de 2013

Güemes, por ejemplo




Por una vez voy a estar de acuerdo con algo que dijo Esperanza Aguirre en una entrevista en Telecinco: “que no pueda ir a un cargo público ni a un escaño ni a un puesto directivo importante alguien que no haya cotizado a la Seguridad Social en otra cosa, que no haya sido autónomo, empresario, que no haya hecho cosa distinta en su vida”. De ser así, no se darían supuestos como los de José Luis Rodríguez Zapatero o Fátima Báñez García, la actual ministra de Empleo y Seguridad Social, que siempre vivieron de la política. Los resultados, en consecuencia, no han podido ser más catastróficos. Rodríguez Zapatero veía brotes verdes donde sólo existía un erial que lo copaba todo. La ministra Báñez, una de las peor valoradas junto al ministro Wert, no sabe ni por dónde le sopla el viento. El abaratamiento de despidos y la reducción de indemnizaciones en su reforma laboral no han servido para crear puestos de trabajo, sino más despidos y más infortunio a gran parte de los ciudadanos. Convertir la política en una profesión con los únicos “méritos”  curriculares de haberse presentado mediante  lista cerrada en unos comicios suele llevar a situaciones indeseables. Toda democracia se evapora como el agua de un charco cuando se transforma en una oligarquía de partidos con estrictas reglas disciplinarias. Más aún cuando un determinado partido consigue la mayoría absoluta tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado. Entonces ese partido se convierte en un monstruo capaz de laminar (generalmente en beneficio propio) cualquier  intento de transformación social  (en beneficio del pueblo soberano) que pueda llegar a proponerse desde las filas de la Oposición. Y sobre la corrupción política, ¿qué decir? Sólo un ejemplo: lo sucedido en la Comunidad de Madrid con Juan José Güemes, exconsejero madrileño de Sanidad, que ha hecho el ‘sacrificio’ de no trabajar por un importante sueldo en Unilabs (la empresa que ahora ejerce el control de los análisis clínicos de ciertos hospitales públicos ahora privatizados), da idea de cómo las gasta la derecha allá donde gobierna.

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