sábado, 23 de febrero de 2013

La hache como espadaña




Daniel Martín, en “República.com”, al hacer referencia a nuestro sistema educativo,  señala que “la pésima ortografía con la que se escribe hoy en día es tan solo un síntoma más de la decadencia de un sistema educativo que, en ningún caso, está destinado a enseñar a leer, escribir y, sobre todo, pensar. Envueltos en el clima de molicie social -lo esencial es terminar los estudios-, hijos de una desatención crónica consecuencia de mil pantallas y ningún orden, los alumnos pasan por el colegio estudiando decenas de reglas ortográficas ininteligibles, poniendo nombres raros a cosas conocidas, analizando sintácticamente oraciones y conjugando tiempos verbales que, sin saber sus nombres, manejan competentemente en la vida cotidiana.  Y Daniel Martín, al hacer referencia a los modos del siglo XXI,  hace referencia  al verbo abrir, muchas veces escrito de forma inadecuada. Dice que  ‘habrir’, escrito de ese modo, “es un dislate imperdonable, pero no comprender una descripción de Baroja es algo lógico, normal, disculpable”. Sí, es cierto. A mi modo de ver, sin embargo, es más triste cuando alguien manda a la redacción de un periódico un texto para que salga publicado al día siguiente y te encuentras con la desagradable sorpresa al leerlo impreso de que “el espabilado de turno” (quiero pensar en un  becario, sin duda víctima de esa decadencia educativa a la que hace referencia Martín) ha modificado una palabra al suponer que el error, o la falta de ortografía, era del articulista. Claro, en ese momento el autor del escrito siente, por un lado rabia; por otro, vergüenza de que sea leído por el suscriptor, por el cliente de un hotel, o por lector que se acerque a un quiosco y  compre el “diario grapado”. Dicho eso, blanco y en botella, ya sabemos a qué periódico me estoy refiriendo. Y eso, como ya he escrito alguna vez, me sucedió a mí con la palabra ermita, a la que un lerdo, o una lerda, le añadió una hache, que fue como un hachazo. Como decía un añorado amigo, José Luis Aranguren Egozkue, a la ermita se le había añadido una espadaña. Sí, una espadaña con vano campanil, pináculo y hasta el blasón con águila bicéfala de Calos I.

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