viernes, 22 de febrero de 2013

Milonga




Mumba, zumba. Lumumba. “¡Así se mueve el cuerpo, mi negra!”. “¡Toma ya!”. Un pasito adelante, dos hacia atrás, mueve el culito…así…así, con garbo, que mi negrita tiene olor a canela y piel de sabroso boniato, suave como el miraguano, y se menea para adelante y a la zaga de ritmo de marimba, a los sones de la trompeta y el rasgueo del requinto. Caimito y merengue, merengue y caimito. Mi negra posee dientes de marfil, boca grande y tentadora, y en cada gesto un recelo de cortadora de malangas y ñames cimarrones. Su mirada de caimán no sabe dónde clavar el disparo del deseo en implorante ademán de caricias. Llega un comisario político y manda parar la música. En la destartalada calle golpean contra los adoquines ráfagas de lluvia. En los portales de las casas se refugian las meretrices desertoras de la base yanqui de Guantánamo, que ahora se amoldan como aljófares de collar en el Malecón, con los tacones gastados, que los tacones de una mujer siempre dan cuenta de sus pasos. En la vivienda antigua del aserradero con techumbre de guano, junto a la polvorienta carretera, bajo las manos hasta restregárselas a mi brunita linda en el rellano de la entrepierna. A mi negrita fogosa le deleita que le muerda en la nuca. Sobre el velador hay un epítome de Carlos Luis de Fallas. Clarea a ritmo de milonga y un fino rayo de sol, como primorosa es la hoja de culantrillo, se refleja en la efigie de la Virgen del Cobre. Es necesario aliñar el tedio de la vida, que la negrita es sensible a la buena música, se reaviva con una taza de café y tiene conversación. Echo un sorbito de ron al interior de la oficina del estómago. En la habitación de al lado percibo a Lucila, que así se llama mi negra preciosa y dulce como la guayaba, atusarse el pelo con un cepillo de mango frente a un espejo colonial morrocotudo. Se perfuma con “Álvarez Gómez”, que le he llevado desde España. Le preparo un “jai-alai”, mezcla “ad líbitum” de aguardiente de caña, limón, vermú rojo, azúcar moreno, agua de seltz  y hielo. Revuelvo el mejunje al modo en que lo hacen en “Partagás”, en la esquina de Neptuno. Me asomo a su habitación. Ella sonríe y enseña unos dientes blancos como teclas de piano. Orina mansamente en una lata vacía, una lata grande de pimientos.

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