sábado, 30 de marzo de 2013

Sobre pecados y delitos



En su libro “Sobre el cielo y la Tierra”, Jorge Mario Bergoglio, en su diálogo con el rabino Abraham Skorka, afirma que “explotar una industria y llevarse el dinero fuera es pecado”. Bueno, lo que para el Papa Francisco constituye pecado, no sabemos si mortal o venial, para el común de los ciudadanos es un delito tipificado en el Código Penal. El pecado, según decía el catecismo Astete, se redime con la confesión; el delito, con la cárcel. No cabe duda de que a los “doctores” de la Iglesia Católica les corresponde señalar qué es pecado, pero que en modo alguno están habilitados para juzgar qué constituye delito. Para esa labor dispone el Estado de jueces y magistrados. Y algo parecido a lo que aquí manifiesto le dijo en abril de 2009 la entonces ministra de Igualdad, Bibiana Aído, al cardenal Rouco Varela horas después de que este príncipe de la Iglesia lanzase a los cuatro vientos que “el aborto voluntario ensucia la democracia”. Ya en una sentencia del Tribunal Constitucional se dejó claro que “la Constitución impide que los valores o intereses religiosos se erijan en parámetros para medir la legitimidad o justicia de las normas y actos de los poderes públicos. Es lo que inexorablemente se produce cuando se identifican delito y pecado”. Y eso mismo se lo recordó el T.C. a Dionisio Llamazares,  director general de Asuntos Religiosos entre 1991 y 1993  y  catedrático emérito de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Complutense. Existe una entrevista donde a Llamazares le pidieron opinión sobre las “injerencias” de la Iglesia Católica en asuntos públicos. (Inés Gallastegui, “Ideal” de Granada,  3-4-08). Y éste respondió: “En virtud del principio de libertad de expresión todos los ciudadanos, y los obispos son ciudadanos españoles, están perfectamente legitimados para rechazar la eutanasia o el matrimonio homosexual. Lo que no es de recibo es que cuestionen la legitimidad del Parlamento para dictar leyes que no se acomodan a una moral concreta, la suya. Pretender imponer a todos esa moral particular supone una violación flagrante del principio de libertad de conciencia de los que no la comparten”. En resumidas cuentas: pecar es ofender a Dios; delinquir es cometer un delito. La diferencia entre ‘pecado’ y ‘delito’ es una de las tres principales características del laicismo, como señala Fernando Savater en “La vida eterna”, ensayo que recomiendo.


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