Ha muerto José Luis Sampedro tras
saborear su último “campari” con hielo, encontrarse un poco mejor y quedarse
dormido para siempre el pasado domingo. Nadie se enteró hasta hoy, dos días más
tarde, cuando ya había sido incinerado y sólo quedaba de él el quevedesco
“polvo enamorado”. En 1997 coincide en las Termas Pallarés, de Alhama de Aragón
con una mujer que siempre tuvo considerado a Sampedro como su amor imposible. Y
ambos se casaron, fueron felices y comieron perdices, que así terminaban todos
los cuentos de Calleja. Por cierto, recomiendo la lectura de una entrevista que
el diario ABC hizo a Enrique Fernández de Córdoba, nieto de Saturnino
Calleja, el pasado 21 de diciembre. “Antonio Mingote
estaba emocionado cuando le enseñé las láminas”, cuenta Enrique, que colaboró
con Mingote durante algunos años en ABC bajo el seudónimo de Cova-2. Pero a lo
que iba. ¿Quién es Olga Lucas? Imaginen que dos personas se conocen durante la
resistencia francesa contra la ocupación nazi, después de haber pasado lo suyo
en España en la Guerra Civil.
Y fruto de esa unión nace Olga en Toulouse, en 1947. Antes de todo eso, su
padre había sido capturado y enviado al campo de concentración de Buchenwald,
donde estuvo en cautividad junto a Jorge Semprún. Ambos salieron vivos de aquel
infierno en 1945 y el padre de Olga regresa a Toulouse para reunirse con su
mujer, hasta que en 1950 es deportado a Córcega, y de allí a Polonia. Más
tarde, la familia pasa a Checoslovaquia
y luego a Hungría. Olga, ya de regreso a España, trabaja para la Generalitat
Valenciana. Publica
cuentos y poemas y gana varios premios literarios. Y es en 1997 cuando Olga se
topa en Alhama de Aragón, como en un choque de trenes, con José Luis Sampedro y
ambos deciden compartir sus vidas. Se casan en 2003 en esa ciudad aragonesa. No
voy a tratar aquí aspectos sobre la
grandiosa obra de José Luis Sampedro. Simplemente deseo aquí hacer
referencia a un relato corto ( de apenas 28 páginas) que escribió Sampedro por
encargo para la Exposición Internacional
de Zaragoza: “Balada del agua”. Termina el relato: “Hazte mundo y serás vida.
Viviéndote en la vida. El crepúsculo acoge esas palabras entre sus sombras. El
rojo vivo del geranio palidece. Dos veces sopla el canto del búho. Al fin la
noche”.
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