lunes, 27 de mayo de 2013

"El Comercial"





No sé por qué, pero el “Café Comercial” de la Glorieta de Bilbao, en Madrid, me produce una cierta sensación de libertad cuando lo visito. Es uno de los pocos cafés que ya van quedando en España y, a mi entender, le gana por goleada al Café Gijón, que perdió su esplín el día que murió Alfonso, el cerillero. Pues bien, “El Comercial” ha sido el primer café que admitió que el cliente tomara una taza de café y permitiera que se pagasen dos, una por la que había consumido; y otra, como provisión de fondos para aquel que no pudiera abonarla. Y ese dinero entregado en “El Comercial” se apunta en una pizarrilla para que el recién llegado sepa de qué va la cosa. Así, si el que traspasa la puerta giratoria carece de posibles, podrá conocer de antemano si se dispone de “crédito”. En este sentido, comenta hoy el diario ABC “que un día en sus 125 años de historia también fue testigo de cómo los escritores de la Generación del 27 fiaban cafés hasta que podían pagarlos con la venta de sus artículos y novelas”. Los viejos cafés, como las viejas fondas de las estaciones de ferrocarril, eran lugares donde el cliente, en el primero de los casos, y el viajero, en el segundo, entraban y salían, se sentaban, se miraban unos a otros y  se amodorraban por el calorcillo que desprendían unas rendijas del techo y la modorra de un olor casi indescriptible. En los viejos cafés, por el soplido de la “Faema”, parecido al  de aquellas viejas locomotoras del “Shangay Express” (que tardaba casi dos días en hacer el recorrido entre Barcelona y La Coruña), las tazas, las cucharillas y el vaivén de las camareras (“El Comercial” fue el primer café madrileño que contó con camareras de mesas)  bandeja en mano y con deseos de agradar. En las salas de espera de estación, por aquel tufillo mezcla de silbidos, barnices y lampistería. Los viejos cafés eran carruseles de feria en los que la puerta giratoria cumplía un papel fundamental. Se entraba y se salía sin permitir hacer paradas intermedias. Fuera, la calle con toda su vorágine. Dentro, el descanso del traqueteo, como cuando aquel Shangay Espress de nuestra infancia paraba en Venta de Baños más tiempo del necesario.

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