viernes, 14 de junio de 2013

Ante el centenario de Juan de Borbón





Pretender hacer un acto oficial de lo que es sólo una ceremonia de familia se me antoja  fuera de lugar. Ello viene a cuento con las exequias que el próximo día 20 de junio se celebrarán en el Palacio Real con motivo del primer centenario del nacimiento de Juan de Borbón Battemberg, hijo de Alfonso XIII y padre del actual monarca. La prensa comenta que será el primer acto oficial de Cristina de Borbón desde el 12 de octubre de 2011, con motivo del desfile militar por la Fiesta Nacional, en aquella ocasión acompañada de su marido Iñaki Urdangarín. A mi entender, la familia del Rey puede organizar todos los actos conmemorativos familiares que considere oportunos. Pero de eso, a transformar el centenario del padre del rey en un acto oficial, va un trecho. Juan de Borbón, tercer hijo de un rey exiliado, no representa nada para el común de los españoles. En 1977 renunció a sus derechos dinásticos a favor de su hijo Juan Carlos, pero hubiese sido lo mismo de no haberlo llevado a cabo. Juan Carlos era Rey de España desde el 22 de noviembre de 1975 y los derechos dinásticos del hijo de un rey que había dejado de serlo en 1931 sólo importaban, si acaso, a diversos sectores monárquicos de nula trascendencia en el devenir histórico, puesto que el nuevo reinado no era una restauración borbónica sino una instauración por la merced de Francisco Franco. Pretender, como algunos pretendieron, que a Juan de Borbón le reconociera la Historia como Juan III es el mismo dislate que el pretendido en su día por José María de Areilza, al que más tarde algunos le consideraron como uno de los artífices de la Transición Española, de  procurar en Roma que al dictador se le nombrase cardenal. Juan de Borbón pudo haber sido rey en esa instauración de haberlo querido Franco, de la misma manera que lo pudo haber sido el marqués de Villaverde, el Borbón casado con su nieta o vaya usted a saber… Pero ser rey de España no quiere decir que lo hubiese sido de todos los españoles. A media España, a la España que perdió la Guerra Civil, no le hubiese gustado tener como Jefe del Estado  a aquel “Juan López”, supuesto trabajador del “Hotel La Perla”, que con el apoyo de su exiliado padre pretendió unirse a los sublevados contra la Segunda República el 1 de agosto de 1936, cuando cruzó la frontera española por Dancharinea. Cristina de Borbón, y a eso iba, séptima en la línea de sucesión, puede asistir a “elogios funerales” de sus parientes. Nada se lo impide. Pero convertir en acto oficial lo que sólo está en la memoria de su familia me parece inoportuno y fuera de lugar.  Entre los supuestos asistentes  al acto regio se encontrará el Fiscal General del Estado, ese señor que entiende de cine y al que se le recordará en el futuro por el presunto “mérito” de haber conseguido que determinados fiscales aparezcan a ojos de gran parte de la ciudadanía harta como abogados de los ricos.

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