jueves, 11 de julio de 2013

José Utrera Molina






En su artículo de ayer en ABC, “Memoria maltratada”,  José Utrera Molina contaba a los lectores que la Ley de la Memoria Histórica debería ser derogada de inmediato: “Mientras esa ley tan injusta como innecesaria siga en vigor, los españoles están condenados a ver, una y otra vez, la cara de un bando y la del otro cuando todo tendría que ser ya tumba, recuerdo de grandezas y olvido de miserias”. El que fuera ministro de la Vivienda con Carrero Blanco en sustitución de Vicente Mortes Alfonso (1973-74) y ministro secretario general del Movimiento en el primer gobierno Arias tras Torcuato Fernández Miranda (1974-75), también pretende que se repongan las estatuas ecuestres de Franco allá donde fueron quitadas. Hay antecedentes. Ya en otra “Tercera” anterior y en el mismo diario (3.2.10) escribía: “Creo que hubiese incurrido en una incuestionable cobardía si hubiese permanecido en silencio ante la última consecuencia de la mal llamada Memoria Histórica, que ha tenido su concreción en el injusto derribo de la estatua dedicada al teniente general Millán Astray. Arrancar una página de la historia de España que contiene y refiere el heroísmo sin límite de un soldado español, echar abajo un símbolo de una categoría histórica indudable que representa el más formidable sentido del valor, la más alta prueba de gallardía, el más sublime heroísmo, la más completa y fecunda abnegación, me parece no un error ni siquiera un disparate inconfesable”. El suegro de Alberto Ruiz-Gallardón, osó pedir por escrito al alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, que le entregara los azulejos de una calle a él dedicada el día que se la quitaron, precisamente por aplicación de la Ley 52/2007 de 26 de Diciembre, y no hubo inconveniente alguno por parte del alcalde socialista. Utrera, el nostálgico del franquismo por antonomasia, dejó claro en Periodista Digital (5.6.08) que “Franco nunca fue un totalitario, yo soy testigo”; y  votó “no” a la Reforma Política como no podía ser de otra manera.  A Adolfo Suárez le señala como el “responsable” de que “alguien llamara a todas las empresas donde yo ejercía de abogado y me dejaron en la calle”. (…) “Yo le dije [a Franco] que con el Príncipe el Régimen se acababa y me lo negó. No equivocarme me llenó de amargura”, (hoy, 11 de julio, “El Aguijón del Guadalhorce”). José Utrera Molina tiene una faceta desconocida para muchos ciudadanos. En “El Aguijón”, a la pregunta del periodista “¿Se atreve con la poesía…?” responde tener “un libro de sonetos titulado ‘Me imagino que el mar no habrá cambiado’. Los que piensen, con razón, que no valen gran cosa, han de saber que recibieron un elogio del Nobel Camilo José Cela”. Pues nada, me alegra conocer esa faceta artística. Lo Cortés no quita lo Atahualpa, personaje con el que, por cierto, los españoles se portaron muy mal. Ofreció, a cambio de su liberación, llenar dos habitaciones de plata y una de oro que los españoles aceptaron y enviaron hacia Cajamarca (no confundir con Caja Madrid). Pero los españoles no cumplieron su parte de promesa y lo sentenciaron a muerte por idolatría, fratricidio, poligamia, incesto y ocultación de tesoro. Eso sí, le ofrecieron ser bautizado y las opciones de ser ahorcado o quemado vivo. Finalmente optó por ser cristianado como Francisco y se decidió por la horca. Pizarro, entonces, y Utrera Molina, ahora, son dos personajes dignos de estudio en las Universidades. Se lo propongo a Wert, considerando, como se le atribuye a Jaime Balmes, que las cosas bellas son perecederas y los bellos tiempos son efímeros.

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