miércoles, 24 de julio de 2013

Los últimos limpiabotas




Comenta hoy Antonio Burgos en ABC que “hay dos oficios tradicionales que han desaparecido y que, de volver a imponerse, acabarían con mucho paro: maleteros y betuneros. En España se tiene por infamante llevarle la maleta a alguien o lustrarle los zapatos. En Nueva York, no”. No cabe duda que el invento de las maletas con ruedas acabó con el antiguo oficio de “mozo del exterior”, o sea, el maletero de toda la vida, y que ya no se estilan los limpiabotas salvo en determinadas cafeterías del centro de las ciudades. Hoy todo el mundo carga con sus equipajes y se limpia los zapatos con  ese betún líquido que sale de una esponjilla redonda. Es como la fregona del calcero, que le das una pasada, esperas a que se seque y ya se ha obrado el milagro. Ahora solo falta que alguien, aprovechando eso del I+D+i, invente una máquina capaz de planchar camisas y pantalones y que, ya de paso, nos haga la cama. Dicen que está en estudio, pero la puesta en marcha del soñado proyecto ya se está alargando más de lo deseable; y, tal y como sucede con la declaración de la renta, siempre lo terminamos pagando los mismos, es decir, los que estamos de “Rodríguez” o vivimos más solos que el dinosaurio Anacleto. Ahora ha aparecido en Zaragoza un limbiabotas que se ha instalado en el Coso, junto a la entrada del FNAC. Todos los días monta su “trono” y espera con paciencia la llegada del cliente. Está buscando un patrocinador que pague la publicidad en los laterales del majestuoso butacón. El betunero chileno Gabriel Eduardo Toro  es soldador en paro y cuenta que aprendió a limpiar zapatos por internet. Ya lleva invertidos unos 1.000 euros en el negocio, es decir, en el sillón y en permisos municipales. Sólo tiene un competidor, Ángel Luis Pastor, que antes lustraba zapatos en  El Tubo y ahora lo hace en la cafetería San Siro, en la plaza de Joaquín Costa. Pero es un poco más carero que Gabriel, que cobra sus servicios a 3’50 euros mientras que Ángel Luis limpia a 4 euros. También le echa menos horas, de 7 a 14, mientras que Gabriel lleva jornada partida, o sea, de 9 a 13 y de 15 a 20’30. Ambos se declaran autodidactas, lo que les añade mérito. Bueno, Gabriel aprendió el oficio de limpia por internet, lo que le da un cierto caché a la hora de manejar el cepillo, el betún y ese  trapo que con el frote en el cuero embetunado termina sonando como un violín.

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