domingo, 18 de agosto de 2013

Se impone el rigor histórico




Ya sé que en los meses de verano suelen escasear las noticias, pero es curioso que “ABC” nos trae hoy entre sus páginas el ya tan manido asunto de Paracuellos de Jarama,  en este caso desde la perspectiva de alguien que no hizo la guerra, o sea, de César Vidal, nacido en Madrid en 1958; donde se apoya en referencias de Ricardo de la Cierva, otro que tal baila, y su subjetivo libro “Carrillo miente”, que leí hace unos años y me pareció un tostón de tomo y lomo. Pues bien, “La Gaceta”, en la pluma de Fernando Paz, vuelve a la palestra con lo que entiende como el segundo “mito consolidado” al hacer referencia a los crímenes de Badajoz durante los inicios de la Guerra Civil. El primero de esos “mitos”, según él, es el bombardeo de Guernica. En los primeros días de la guerra a los prisioneros no se les encerraba en campos de concentración sino que se les fusilaba. Juan Yagüe, que tenía en Badajoz alrededor de 4.000 prisioneros que habían participado en la defensa de esa ciudad, se percató de que éstos constituían un freno en su avance hacia Talavera de la Reina. Y así se lo reconoció al periodista norteamericano Whitakker, del New York Herald Tribune”. Whitakker no se pronunció sobre tal entrevista hasta 1942 aunque se sabe que fue publicada en “The Pittsburg Press” el 18 de agosto de 1936. Sobre la Guerra Civil ya está prácticamente todo documentado. Yo tengo mi particular libro de cabecera: “El arte de matar” (Jorge M. Reverte, RBA libros, 2009). Es, a mi entender, la forma más sencilla de contar a grandes trazos y de un modo fiel con la historia lo que representó aquella tragedia española. Voy a la página 54: “Para conquistar Badajoz, a las dos primeras columnas rebeldes se une la que manda el teniente coronel Heliodoro Rolando de Tella, también compuesta  por tropas de África. La suma de las fuerzas, que alcanza un número similar a la de los defensores, toma el nombre de “Columna Madrid” y pasa a depender del mando del teniente coronel Juan Yagüe. La noche del 13 de agosto, acampan frente a las murallas. Al día siguiente, con el apoyo de una exigua aviación a la que no se opone nadie, Yagüe ordena el asalto frontal, que le cuesta un número desacostumbrado de muertos en el primer envite, pero toma la ciudad en pocas horas. Sus legionarios y moros hacen correr la sangre de los que la han defendido con una generosidad redoblada. Y de los que ha quedado vivos se encargará la guardia civil, que los ametralla en número superior a dos mil en poco más de veinticuatro horas por orden del jefe de la fuerza, el teniente coronel Juan Yagüe (…) y le explica a un periodista extranjero [Whitakker] que no podía seguir la marcha hacia Madrid dejando tras de sí a miles de hombres que podían amenazarle por la retaguardia”. Claro, luego Fernando Paz cuenta la historia a su manera, sin rigor, en “El gato al agua”, con la persuasión de un vendedor de crecepelos, y algunos telespectadores hasta creen a pies juntillas en sus desvaríos.

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