viernes, 20 de septiembre de 2013

Cantantes callejeros diplomados





Pues nada, el que quiera cantar en las aceras de las calles del distrito Centro madrileño, sacar la cabra para subirse a una escalera al son de una trompeta cíngara o puntear la guitarra en los interiores del metro deberán antes pasar una prueba de idoneidad para poder ejercer. A ese acuerdo llegaron hace ya un año la Alcaldía y la Comunidad Autónoma. Aquí ya no vale eso de acercarse a una terraza con un acordeón y luego pasar la gorra. Ni que sea rumano ni que venga desde Betanzos con su gaita gallega a cuestas. El concejal que preside ese distrito, David Erguido, que con su aspecto de seminarista rebotado ya ha anunciado que la puesta en vigor de la normativa será inminente. Este erguido personajillo de la cosa pública pretende regular el “ruido” en el Casco Histórico, después de haber sido declarado el Casco Viejo como Zona de Protección Acústica Especial. En resumen: los que quieran cantar o tocar sus instrumentos (con perdón) en la vía pública deberán examinarse y marcar un horario de actuaciones, a fin de proteger ese “escaparate turístico” de la capital de la Villa y Corte que rige Ana Botella, no por haber sido la más votada para ser alcaldesa sino por la espantada de Ruiz-Gallardón, que se está conviertiendo en el renovador del Código Penal a mayor gloria del Opus Dei y de la Conferencia Episcopal. El concejal Erguido ya ha manifestado que se realizará una audición y se pedirá la presentación de un currículo para conocer qué tipo de espectáculo desarrolla el aspirante a la flamante autorización. También dijo  que el jurado calificador estará formado por técnicos de la Dirección General de Museos y Música del Ayuntamiento, que son como el consejo de sabios del merengue y el cha cha chá. Lo que no cuenta el edil es cuánto habrá que pagar en concepto de tasas municipales el diplomado músico callejero. A mi entender, a la que habría que pedir el título de idoneidad para ser alcaldesa es a la pijoflauta Ana Botella, una vez  conocido el ridículo tan espantoso que hizo en Buenos Aires con su inglés macarrónico y la lectura de un discurso hecho en su integridad por Terrence Burns, sobre el que se cuenta que cobró casi dos millones de euros con cargo al maestro armero. Días pasados ya comenté que el discurso de Terrence Burns en boca de Botella fue como el corte de la mayonesa en un examen culinario. Ahora mantengo que pretender examinar a aquellos que necesitan unas monedas para comprar una barra de pan con algo dentro es, como diría Cela, como meneársela con goma higiénica. Me hubiese gustado saber qué hubiera pensado el Viejo Profesor sobre el absurdo proceder de esta advenediza.

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