jueves, 5 de septiembre de 2013

Jesús de la Serna





Hace ya unos años, rebuscando en una librería de lance, encontré un libro “Vida de mi madre, Concha Espina” (Novelas y Cuentos) escrita por su única hija, Josefina de la Maza. Con la lectura sosegada del libro comencé a interesarme por la figura de la séptima hija de Víctor Rodríguez Espina y Olivares y de Ascensión García Tagle y de la Vega. Pero no haré alusión a su extensa biografía, por todos conocida. Simplemente señalaré que se casó con Ramón de la Serna y Cueto en Mazcuerras, provincia de Santander, y que al poco tiempo se trasladaron a Valparaíso; y allí nació su hijo Ramón en 1894 y Víctor dos años más tarde. Víctor de la Serna y Espina, durante muchos años firmaría con el seudónimo de Diego Plata. Quizás su estancia siendo niño en Cabezón de la Sal le indujo a escribir en 1955 su “Nuevo viaje a España. La ruta de los foramontanos” (Prensa Española, 1959) con prólogo de Gregorio Marañón y epílogo de su segundo hijo Alfonso de la Serna y Gutiérrez Répide. Como curiosidad, añadiré que la edición que yo conservo (la cuarta, con ilustraciones de Brufau) fue un regalo que Antibióticos, S.A. hacía a la clase médica con motivo de sus cumpleaños. A mi padre, médico de profesión, se lo hicieron llegar esos laboratorios un 27 de febrero de 1960, coincidiendo con su 44 aniversario. Y dicho eso,  los foramontanos, para aquel que no lo sepa, fueron los cántabros que, a comienzos de la Reconquista,  obedeciendo los deseos de Alfonso II, cruzaron el valle de Cabuérniga para iniciar la repoblación de Castilla la Vieja. La ruta de los foramontanos partió de varios ramales importantes, todos ellos con salida en Santander, salvo dos de ellos; uno, que lo hizo desde Cudillero y terminó en León, donde aquel grupo de foramontanos asturianos, unido al que procedía de Cangas de Onís, de Unquera, de Riaño y de Cistierna, puso término en Astorga; y otro, que partiendo de Laredo, continuó por Traspaderne para terminar en Burgos. Un tercero, por Mazcuerras (Luzmela), Reinosa, Aguilar de Campóo, Frómista, Palencia y Valladolid, terminando en Toro, en la provincia de Zamora. El libro en cuestión, como bien se aclara en su “advertencia del autor”, es una recopilación de artículos periodísticos, escritos “al final de la jornada a que cada uno se refiere, desde la habitación de un hotel o de una casa amiga; alguna vez también al aire libre”. En el capítulo VI, “La Huerta y la Peña”,  descubro el significado de “tomar las de Villadiego” en referencia a que ahí se fabricaban buenas alforjas y mejores alpargatas. El libro de Víctor de la Serna me parece de tal belleza que bien podría servir de libro de lectura en los colegios (con el permiso del ministro Wert, ese pendón de Clavijo que confunde el tocino con la velocidad y el culo con las témporas). Pero, ¿por qué cuento hoy estas cosas? Me apetecía. Acaba de morir el periodista Jesús de la Serna, quinto hijo de Víctor y se me antojó como mi pequeño homenaje a tan gran periodista.


(A Jesús de la Serna y Gutiérrez Répide. In memoriam.)

No hay comentarios: