jueves, 17 de octubre de 2013

Las filas de la suerte




Hay filas en Doña Manolita para adquirir lotería de Navidad. Estamos fritos a impuestos pero los ciudadanos se empeñan en pagar impuestos indirectos. Todos quieren ser millonarios para poder desclasarse. Lo que pasa es que un pobre con dinero puede ser una caja de sorpresas. Igual que llega, lo gasta y sigue siendo infeliz. Seguirá sin saber utilizar la pala de pescado y sin que la alta sociedad le acepte aunque cambie de coche, de piso y de marca de vino. Se cuenta que, un día, un periodista se dirigió a Emilio Botín durante una rueda de prensa. Y el periodista comenzó la pregunta espetándole a Botín: “Ustedes los ricos…”. Botín le interrumpió de inmediato: “Mire joven, ricos-ricos en España sólo hay siete. Los demás son acomodados”. Pero los ciudadanos que se ponen a la cola de Doña Manolita no se conforman con soñar con ser acomodados, sino en ser acaudalados, que es distinto. Eso de ser acomodado, en la praxis, equivale a poder llegar a fin de mes sin pasar angustias. Parece poca cosa. “Y en el filo de la aurora, / desde Sol a Chamberí, / nadie sabe por qué llora / pregonando un quince mil. / ¡Cuatro series!, ¡Qué bonitas! / ¡Voy tirando los caudales! / ¡Son de doña Manolita! / ¿Quién me compra esta penita? / ¡Mañana, mañana sale!”. Esa fue la última copla de Quintero, León y Quiroga cantada  en 1958 por Concha Piquer en Isla Cristina. Un fallo en la voz y el retiro definitivo hacia una vida conformada. Por ahí quedaron los baúles con olor a caracolas marinas y a bodega de barco. Uno de ellos baúles, el de la película dirigida por Florián Rey, se quedó en Calatayud,  en el Mesón de La Dolores. Quedó varado para siempre en la Vega del Jalón de la misma manera que las conchas de molusco asoman huecas en las arenas de las playas. Comprar un décimo de lotería es algo parecido a abrir el periódico por las ofertas de trabajo. Al final encuentras una, llamas por teléfono y te dan cita para una entrevista. Terminas en manos del psicólogo de la empresa. "Ya le avisaremos en caso de ser admitido", dice el psicólogo al aspirante al tiempo que le estrecha una fría y sudorosa mano. Pasan los días y el aspirante, como en la novela de Gabriel García Márquez, no tiene quien le escriba. Y decide acercarse a la cola de Doña Manolita en busca de un quince mil con la parsimonia de esas conchas bivalvas arrastradas a la arena en la atardecida, con la esperanza de poder pillar un pellizco, o una pedrea, que permita vivir con el acomodo de Emilio Botín un modesto fin de semana.





1 comentario:

David dijo...

Es que señar costa muy poco y te hace feliz por un rato...