miércoles, 6 de noviembre de 2013

Antonio Burgos, maestro




Anoche se celebró la entrega de premios seguida de la tradicional cena de los “Cavia” en ABC en un solemne acto presidido por la Reina de España. El “Luca de Tena” lo obtuvo Antonio Burgos, que ya tenía en su colección de trofeos el “Mariano de Cavia”. Es curioso, me consta que Mariano de Cavia Lac nunca escribió en las páginas de ABC.  En el acto de ayer noche, varios ministros, la vicepresidenta del Gobierno, Botella, Aznar, Rudi, Villar Mir y Blecua, entre otros. Y al final, el acostumbrado brindis por el Rey. Antonio Burgos, siempre deslumbrante, señaló que “el ideario de ABC estaba tan claro que no hacía falta Libro de Estilo”. Cierto, pero ABC sí tiene Libro de Estilo (Ariel, 1993) sobre el que conservo un ejemplar de la primera edición, de mayo de ese año, con prólogo de Fernando Lázaro Carreter. Se recordó a los ausentes: al marqués de Daroca y a Manuel Martín Ferrand. Mi enhorabuena para los premiados, especialmente para Antonio Burgos, del que leo diariamente con devoción de novicia su “Redcuadro” sevillano. Hoy, 6 de noviembre, he echado en falta su artículo. Bastante he tenido ya con acordarme del comienzo de las “sacas” a Paracuellos, algunos detenidos por el “pecado” de llevar un ejemplar de ABC entre sus manos. Me refiero a  Ramiro de Maeztu. Comprendo que no se puede estar en dos sitios a la vez, ni haciendo dos cosas a la vez, o sea, estar en una cena de campanillas en la Villa y Corte y escribir, por ejemplo, sobre “esa señal [la de El Duque]  como de tráfico o como las que hay en la calle Oriente con una flecha con la dirección para llegar al Hotel Doña María o al Inglaterra”, o que “el otoño no empezaba hasta que alguien [a lo Estébanez Calderón] publicaba en algún diario el tradicional artículo de las castañeras”. En efecto, no se puede estar en dos cosas a la vez; o, como cantaba Machín, “no se pueden querer a dos personas a la vez sin estar loco”. A don Antonio Machín Lugo le tuve mucha estima, tal vez por ser cubano, como  lo fueron mi padre, de La Habana, y  mi abuela Antonia Herrera, de Los Remates de Guane, en la provincia de Pinar del Río. Sólo coincidí con don Antonio Machín en una ocasión, en el Bar Arsenio, de la calle San Eloy. Para mí que ganaba de cerca,  no era fotogénico. Estuvimos tomando unas cañas de cervezas y recuerdo, a pesar de los años transcurridos, que hablamos algo sobre otro personaje muy curioso, también cubano, que por aquellas fechas (verano de 1972) caminaba por Puente y Pellón  vestido de luces con un traje impecable, flor en la solapa y aires de conde en ejercicio, o sea, conde de los que parecen condes,  no como don Leopoldo de la Maza Falcó, al que también le faltaba un ojo, que iba con hechuras campestres a tratar sobre cuestiones remolacheras con Juan Gutiérrez Beitia, jefe de cultivos; y, ya de paso, por aquello de ir por atún y ver al duque, a saludar a Ramón Cortés de Haro, a la calle Imagen, 4, segundo piso ascensor, y no sé, puede que también, a tomar unas cervezas en el Bar Spala, que se encontraba justo debajo, próximo a una agencia del Bansander. Don Leopoldo era un hombre muy alto que rebosaba buena educación de la cabeza a los pies. Y, no sé, puede que hiciéramos referencia a Estrellita Castro, a la que yo acababa de saludar amablemente poco antes justo en la puerta del Hotel Biarritz, en Manuel Laraña. Antonio Burgos se merece, no un homenaje, sino que le repiquen las campanas del Ayuntamiento, con el permiso de Zoido. Mi enhorabuena, maestro.

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