martes, 19 de noviembre de 2013

Con la salud no se juega





Me parece una excelente idea que una ley prohíba las aceiteras rellenables a partir del uno de enero. Los conocidos convoyes sólo se podrán seguir utilizando en los domicilios particulares donde ya sabe uno lo que compra. Pero pediría el mismo trato para la mayonesa, la mostaza, el ketchup y en vinagre, como ya hacen algunas empresas de comida rápida. Ya va siendo hora de que comamos y bebamos con una cierta garantía. Los vinos a granel, los vermús caseros (que no suelen ser caseros) y los aguardientes gallegos de “dudosa” procedencia podrían ser el siguiente paso en la exigencia del cliente de hostelería. Pero, claro, una cosa son las botellas irrellenables y otra muy distinta los productos que se utilizan en las cocinas de esos establecimientos. Por ejemplo, nadie, que yo sepa, sabe con qué aceite se han frito unos huevos, con qué mayonesa se ha confeccionado la ensaladilla rusa o qué vino sirven cuando pedimos un chato “de la casa” en la barra de un bar. Y en las pastelerías sucede algo parecido. Solamente los tocoferoles naturales y los esteres de ácido ascórbico están permitidos en todo tipo de alimentos, de acuerdo con el R.D. 147/97 de obligado cumplimiento desde el 25 de marzo de 1997. Pero, ¿quién controla las churrerías? Me refiero a esos garitos de feria  que se instalan en determinados solares de las ciudades y que nunca sabe el cliente cuántas veces se recalienta el aceite de las freidoras. Se supone que los ayuntamientos que concedieron los correspondientes permisos, pero dudo de su eficacia en el seguimiento. Por otro lado, se sabe que el 80% del aguardiente que se produce en Galicia es ilegal. No lleva etiqueta y se sirve como aguardiente casero, pero no son tal, sino productos de laboratorio, en general diluciones, no destilaciones. Y así todo. Que nadie olvide la primavera de 1981 y el envenenamiento masivo por el consumo de aceite de colza desnaturalizado vendido en garrafas en distintas partes de España. Murieron familias enteras. Pero ninguna de ellas era adinerada. Con la comida no se juega. Con la salud, tampoco.

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