viernes, 8 de noviembre de 2013

Etilómetro para peatones





Ahora resulta que un peatón ha sido atropellado en el barrio zaragozano de Miralbueno y éste, el peatón, ha dado positivo en la prueba de etilometría. Yo ignoraba que los peatones tuviésemos que permanecer sobrios cuando caminamos por las aceras de Zaragoza. Porque puede ocurrir, como en este caso, que al conductor, en este caso a la conductora de 46 años, de iniciales A.I.G.G., le dé cero en alcoholemia y al peatón, de la misma edad y con iniciales J.M.GG, le imputen un accidente por haberse tomado una copita de anís. Esto es el mundo al revés. Ya sabe, si quiere salir de casa para dar una vuelta a la manzana, comprar el pan y adquirir la prensa ni se le ocurra pasar antes por el bar de siempre y cargar pilas para hace frente al día. A los bares se puede ir, sí, pero más tarde hay que ponerse en contacto con la familia para que vengan a buscarte y te conduzcan  a casa bien sujeto por las axilas como si te hubiese dado un vahído por una subida de tensión. De no ser así, te expones a que aparezcan los guardias, saquen de un maletín  el etilómetro, te hagan soplar y, en caso de dar positivo, te metan una multa de padre y muy señor mío.
--Oiga, agente, si sólo han sido una copitas de anís.
--Suficiente. Así no se puede pisar la calle. ¿No sabe usted el riesgo que corre?
Y a los pocos días de haber soplado, primero en el bar y después en el etilómetro, te llega una carta al buzón con membrete del Excmo. Ayuntamiento. Hay que pagar la multa, no queda otra. Y con las mismas, sales a la calle sin ningún dolor de corazón ni propósito de enmienda dispuesto a entrar en Casa Bayo mientras tarareas en voz baja eso de José Manuel Soto: “Mira cómo ando mujer por tu querer, / borracho y apasionado no mas por tu amor, / mira cómo ando mi bien, / muy dado a la borrachera y a la perdición”. Y ya dentro del bar, después de haber saludado a los amigos de barra, solicitas de Silvia, la dulce camarera ecuatoriana de ojos de azabache y manos de marfil, una copita de anis Las Cadenas, de finísimo paladar, te pones el mundo por montera y confías en que a la salida no te esté esperando la pareja de guardias municipales con la libreta y la máquina de soplar. Un test de alcoholemia efectuado al peatón al filo del vermú es algo absolutamente serio, ¡qué digo!, casi como un golpe de ataúd en tierra.

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