sábado, 30 de noviembre de 2013

Excarcelaciones




Pues nada, que ya está en la calle el único asesino de las niñas de Alcácer que permanecía en prisión, un tal  Miguel Ricart Tárrega. La Guardia Civil le protegió desde la prisión de Herrera de a Mancha hasta la estación de ferrocarril donde había llegado a bordo de un taxi con la cabeza cubierta. Yo no me hubiese querido sentar en el vagón junto a este asesino de ninguna de las maneras. No por temor sino por asco. La muerte de tres muchachas no puede borrarse de un plumazo por una sentencia del Tribunal de Estrasburgo donde se derogaba la doctrina Parot, o por la firma de la Audiencia de Valencia que ordenaba su inmediata excarcelación. Respeto tales decisiones judiciales, pero mi estado de indignación es manifiesto. Miriam García, Antonia Gómez y Desirée Hernández eran tres chicas que tenían derecho a vivir y a ser respetadas. Tenían toda la vida por delante. Pese al tiempo trancurrido, falta todavía por saber dónde se encuentra el malnacido Antonio Anglés. Dicen que ahora Ricart tendrá derecho a cobrar una pensión de 436 euros por un plazo de entre 6 y 18 meses al ser exrecluso y llevar entre rejas más de dos años. ¿Acaso pagó indemnización por sus delitos a los familiares de las víctimas? ¿Acaso pidió perdón? Algo parecido podría decir de los asesinos de ETA recientemente excarcelados. No entiendo cómo es posible que se les reciba con homenajes en el País Vasco. ¿Es que nos hemos vuelto locos? No se puede humillar a los familiares de las víctimas de esa manera en un Estado de Derecho.

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