sábado, 28 de diciembre de 2013

Apariciones, las de antes




Yo, si les digo la verdad, prefería los mensajes de Fin de Año que Franco emitía en blanco y negro para única televisión que había en España y para el dial de emisoras. Todos los españoles, conversos e inicuos, sentíamos como un halo de misterio alrededor de la figura de un anciano general, que movía el brazo arriba y abajo como sujeto con un cordón de marioneta cuando hacía referencia explícita al contubernio judeo-masónico, que para la mayoría de los españoles era lo más parecido a una hidra de dos cabezas que caminaba por las aceras de Madrid arropado con una bufanda negra como la sotana de un clérigo y un chambergo, también bruno, que no permitía ver su verdadero rostro. El contubernio judeo-masónico repetido cada noche de San Silvestre por un generalito con voz de sarasa y que había hecho cima como si fuese un Edmund Hillary de pacotilla sobre la cúspide de un millón de muertos, conseguía que me fuese a la cama tras haber tomado las doce uvas con la misma angustia que siendo niño me producía la imagen del Hombre del Saco. Nunca supe qué contubernio era aquel, tantas veces repetido, ni sabía ponerle cara. Franco había querido ser masón durante sus años jóvenes y no lo consiguió al ser rechazado por la Orden, algo que no aconteció con sus hermanos Ramón y Nicolás ni con su propio padre. Por cierto, en Zaragoza se editaba el periódico “Amanecer”, fundado mucho antes que tantos otros diarios del Movimiento (por la Ley de 13 de julio de 1940) y que acabó su andadura en 1979, siendo su último director Ángel Bayod Monterde. Pues bien, el 19 de septiembre de 1936, ese periódico zaragozano de ideología falangista afirmaba: “Es tal el daño que esta sociedad perniciosa ha causado a España, que no pueden la masonería ni los masones quedar sin un castigo ejemplarísimo. Castigo ejemplar y rápido es lo que piden todos los españoles para los masones, astutos y sanguinarios. Hay que acabar con la masonería y los masones”. Y el 2 de octubre de aquel año “El defensor de Córdoba” ponía la guinda a la tarta hurgando en la herida y nos sacaba de dudas: “Y para que aquélla desaparezca [la Masonería], ¿qué hacer? Preguntad a Mussolini”. Como digo, los mensajes de aquel Jefe del Estado con sus llamadas al exterminio de todas las logias masónicas y de todo aquello que se moviese sin su permiso, producían el mismo estupor que nombrar al cuélebre. Curiosamente, el jesuita José Antonio Ferrer Benimeli (Huesca, 1934) está considerado hoy como el máximo experto en temas masónicos. En unas declaraciones ese fraile comentó lo siguiente: “Es la estrategia de los autócratas que precisan de una bestia negra a la que echar la culpa de todos los males y justificar así las tropelías que ellos cometen. La de Hitler fueron los judíos; la de Stalin, los trotskistas; la de Franco, los masones”. Ahora es distinto. En los mensajes del Rey en Nochebuena, como escribe Pedro Fernández-Barbadillo en “Libertad Digital”, se han caído Jesucristo y Franco. “El Rey -señala Pedro- nos ha dejado expresiones como ‘En estas entrañables fechas’, ‘La Reina y yo’, ‘Os insto/exhorto a…’, ‘Es para mí un motivo de orgullo y satisfacción’, ‘Como un español más…". Vamos, todo muy aburrido.

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