martes, 14 de enero de 2014

Gil de Biedma tenía razón




Escrito por Jesús Cacho poco antes de que se terminase el año: “El Sistema y sus usufructuarios, con la Corona a la cabeza y los partidos dinásticos detrás, han decidido morir con las botas puestas, chapoteando en la corrupción. Lo dejó claro el propio Rey (“yo me quedo”) en su discurso de Navidad. Nada se mueve y nada se va a mover”. España está amodorrada, como si a los ciudadanos les hubiesen administrado en vena  una inyección para estar en una perenne duermevela, mientras los políticos instalado en el Congreso, en el Senado y en Bruselas (que no defienden a los electores como sería su obligación sino a quien les colocó cómodamente en la lista de candidatos) utilizan la “disciplina de partido” para permanecer en la poltrona todo el tiempo que sea necesario. Su carrera, sin tan siquiera haber sufrido oposiciones como el resto de funcionarios, consiste en estar bien posicionados y decir “sí, señor” a las cuestiones más peregrinas y que más tarde, por mor de ese vergonzoso sometimiento, se convertirán en leyes de obligado cumplimiento que nos afectarán a todos. “Para administrar el final de la Transición, envite donde los haya -seguía escribiendo Cacho-, los españoles dieron mayoría absoluta a un Partido Popular cuyo Gobierno ha demostrado no estar a la altura en los dos años de legislatura transcurridos. Nada a la vista, de derecha a izquierda, incapaz de levantar el vuelo de esta sufrida España”. Y Cacho intenta explicar lo que nos sucede con la ayuda inefable de un poema de Gil de Biedma: De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza”. Mientras estas cosas acontecen, Rajoy era recibido por Obama en la Casa Blanca y a  Ruiz-Gallardón  (a quien quizás no le gusten los versos de Gil de Biedma por haber sido en vida tío de Esperanza Aguirre) le preocupaba, y así lo manifestó en la Cope, que Cristina de Borbón pudiera “hacer el paseillo”, como ya hizo Urdangarín,  por la cuesta de los juzgados de Palma. El poliédrico Gallardón, como una réplica de la estatua de Jano, nos ha enseñado a los ciudadanos de todo signo y condición su peor cara con último ramalazo fascistoide (de casta le viene al galgo) en el tema del aborto. Un  ministro de Justicia, digo, que ponderaba en la Cadena de la Conferencia Episcopal, como modelo del excelso estilo que corresponde a una Grande de España, la “actitud de colaboración” de la infanta. Que yo sepa, la infanta está procesada (palabra que me gusta más que “imputada”) por el Juzgado núm. 3 de Palma de Mallorca. Y en consecuencia, tendrá que explicar a su titular, el juez Castro, muchas cosas relacionadas con los presuntos trapicheos de su marido, como no puede ser de otra manera en un Estado de Derecho. No es que la infanta, presunta colaboradora necesaria, tenga “actitud de colaboración” con la Justicia, sino que no le queda otra alternativa que sólo empeoraría las cosas. Y en La Zarzuela lo saben.

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