sábado, 1 de febrero de 2014

La gran familia



El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha declarado en Ávila, con motivo de  la jura de la XXII promoción de ascenso en la Escuela Nacional de Policía, que “la Policía es una gran familia que garantiza la unidad de España”. Vamos a ver, Fernández, a quien corresponde constitucionalmente garantizar la unidad de España es al Ejército. No se líe, oiga. La policía está para lo que está, es decir, para perseguir a los delincuentes, detenerlos y llevarlos conducido a presencia del juez y que éste, en uso de sus facultades y de acuerdo con la legalidad establecida en el Código Penal, proceda en consecuencia. A Fernández se le calienta la lengua y dice simplezas, como eso de la “gran familia”, en un ardiente deseo de imitar al padre Laburu con sus charlas cuaresmales. Los vínculos que definen a una familia pueden ser de afinidad, de consanguinidad y de adopción, y así está reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para el marqués de la Valdavia, “la familia –decía con ardor guerrero- es una institución admirable, pero de muy difícil manejo”. Tanto es así que en verano,  cuando los madrileños hacía la gran escapada, don Mariano Ossorio Arévalo se quedaba en Madrid a sus anchas: “El único inconveniente de Madrid en el verano –decía- es que por las noches refresca un poco”. Si Jorge Fernández Díaz bucease en las hemerotecas, saldría de dudas sobre el verdadero concepto de la familia: “Mire usted –solía decir don Mariano con aire confidencial-: hay dos cosas que gustan sobre todo a los españoles, aunque no se atreven a confesarlo. Son los toreros valientes y las mujeres gordas”. Todas esas cosas y otras muchas, las recordaba José Montero Alonso en un espléndido artículo hecho a modo de elogio-funeral en ABC  (22-8-69, p. 37) de quien había nacido en la madrileña  calle de Atocha un 8 de julio de 1889 y bautizado días más tarde en la iglesia de San Lorenzo. “Esto –decía el marqués- obliga a mucho”.  Pero dejando a un lado la figura de este añorado personaje de enorme personalidad, lo cierto es que Jorge Fernández Díaz está imbuido por los consejos de un cura con vocación tardía,  Silverio Nieto Núñez, su confesor, y que según leo en El Confidencial (30.12.13) “antes  de ponerse los hábitos fue marino mercante, radiotelegrafista, policía, juez, magistrado, profesor de Derecho Canónico, asesor jurídico y ‘fontanero’ del espionaje vaticano. (…) El paso de Silverio Nieto por la Brigada de Información de la Policía, cuando era uno de sus agentes en los años setenta, en la época dura de la sede franquista de la Puerta del Sol, le ha proporcionado la suficiente experiencia como para moverse en tan proceloso mundo de los servicios secretos”. El actual  ministro, que está convencido de que Santa Teresa intercede para España en estos “tiempos recios”, lo que debería hacer es aconsejar  que en todas las Comisarías de barrio de las grandes ciudades se rezase el rosario en familia a la caída de la tarde. Qué menos que rezar en familia para que a Mariano Rajoy, este moderno don Tancredo que confía en que el país mejore sin necesidad de que él mueva un dedo por mejorarlo, no le tiemble el pulso en estos tiempos de desabrimiento. Ya lo decía san Ignacio de Loyola: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”.





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