domingo, 9 de febrero de 2014

No hay corrupto sin corruptor





Cuenta Joseph Ramoneda en El País que “la nula voluntad de afrontar la cuestión de la corrupción por parte de las instituciones solo tiene una explicación: conseguir que la ciudadanía la acepte como un dato de la realidad, aunque la desconfianza se haga crónica. Normalizar la corrupción para que deje de ser noticia”. Estamos apañados. Lo sucedido ayer con Cristina de Borbón es de libro. Se le ha dado más importancia a la prohibición de que entrasen móviles y a que no se fotografiase la sala de vistas (la Policía revisó hasta el interior de los bolígrafos); a cómo debía bajar la infanta la rampa, si en coche o caminado; a si pasaría o no el arco de seguridad, etcétera, que al meollo de la cuestión, al que sólo esta señora ha respondido con evasivas al estilo de “no sé”, “no recuerdo”, “me fiaba de mi marido”…, de acuerdo con lo recomendado por la defensa. No pasa nada, todo imputado tiene derecho a mentir. Dice, y dice bien Ramoneda, que  “si todos son iguales (ante la Ley), los que salen ganando son los grandes corruptos”. (…) “No hay corrupto sin corruptor. Si nadie pagara, el corrupto dejaría de pedir”. A una de las preguntas del juez Castro, contestó la infanta: “Tengo diez tarjetas de crédito y a veces me confundo”. ¡Que mal suena eso en un país con seis millones de desempleados y casi tres millones de pobres! A Dinio García, el cubano que pidió en matrimonio a Marujita Díaz, le confundía la noche. A la infanta, según se desprende de esa contestación al juez, le confunde el manejo de la Visa Oro. Cae la noche del sábado de un frío febrero y en las discotecas de Palma suena un popurrí de salsas, merengues y reggaetones, y el esperpento toma cuerpo en forma de luces de neón. El PP se desploma en intención de voto, la Monarquía se hunde en las encuestas y Felipe González presenta en sociedad (en la sociedad del Ibex 35, quiero decir) a Susana Díaz, al estilo de la arnichesca Florita Trevélez. Joder, qué mal rollo…

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