domingo, 9 de marzo de 2014

A propósito de una cena en Lhardy





En su “Recuadro” de hoy en  Abc de Sevilla, Antonio Burgos, bajo el título “El toreo, de esmoquin”, hace una remembranza de la cena con la que un grupo de intelectuales de la época rindió un merecido homenaje al torero Manuel Rodríguez “Manolete”. Sucedía la noche del 11 de diciembre de 1944 en el “salón japonés” del madrileño restaurante Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo. Todos iban de esmoquin. Manolete se presentó  vistiendo  traje campero negro, camisa blanca con chorreras y botones de diamantes, capa española, sombrero cordobés y botines negros. Y el menú de la cena: “Petite marmita. Langosta a la americana. Arroz blanco. Tournedós financiére. Legumbres variadas. Bizcocho helado. Tejas y Angelinas, acompañado todo ello con gran reserva Cepa Rhin, Marqués de Riscal, reserva 1933, Campán Codorníu y licores”. El homenaje en cuestión había sido organizado por José María Alfaro, que entonces presidía la Asociación de Prensa de Madrid. Después de la cena se leyeron poemas de Alfaro, Marqueríe, Adriano del Valle y Foxá. Curiosamente,  aquel año había puesto Manolete el único par de banderillas de toda su carrera torera. Fue el 25 de octubre en un festival taurino en Arganda del Rey, donde había sido invitado por Juanito Bienvenida. Tres meses antes, el 6 de julio, en Las Ventas, en  la  tradicional corrida de la Prensa de Madrid,  Manolete alcanzó su mayor gloria como torero en una terna en la que compartía cartel con El Estudiante y Belmonte. Le salió redondo el manejo de la muleta frente al toro “Ratón” (antes llamado “Centello”), un sobrero de la ganadería portuguesa de Pinto Barreiros, actualmente propiedad de Joaquín Alves Lopes de Andrade. Y sólo dos días antes, el 4 de julio, Manolete toreo por primera vez junto a Carlos Arruza en Lisboa. En el conjunto de aquel año Manolete toreó en 92 tardes.  En la foto perteneciente al archivo de Lucio de Sancho, y a la que hace referencia Antonio Burgos, aparecen, entre otros, Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Camilo José Cela, etc, hasta casi un centenar, que representaban a la intelectualidad; eso sí, vergonzosamente arrodillada al servicio de Franco. Existía otra intelectualidad, no menos importante que la “de cuerpo presente” en aquella célebre cena de Lhardy, pero en el exilio.  Al margen de esos recuerdos, quisiera hacer una observación con respecto al artículo de Antonio Burgos. Me encanta todo lo que escribe en Abc,  leo todos sus “Recuadros” por internet y cada día aprendo cosas que no sabía. Pero hoy, al leer “El toreo, de esmoquin” he notado que un calambrillo me recorría la espalda en dos momentos de su  lectura. La primera vez, cuando escribe “Como una figura de El Greco vestida de luces, que recibía a los toros por alto con el laconismo militar de aquel estilo: como un saludo a la romana con la muleta”. La segunda, un poco más abajo, cuando señala: “En el restaurante histórico, media Historia del Toreo en el siglo XX y los autores de la mejor prosa que se escribía en una España de postguerra no tan triste como ahora la pintan, pues para ellos era el paso alegre de la paz en una primavera que volvía a reír”. Ambos párrafos los relaciono así: el primero de ellos con un discurso de José Antonio Primo de Rivera, 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid: “Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo”. El segundo con el himno “Cara al sol”: “Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz…Volverá a reír la primavera…”. En fin, ahí lo dejo. Sobran más comentarios.

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