miércoles, 19 de marzo de 2014

Sin abuelos no habría Día del Padre





Hoy es el Día del Padre, un señalamiento en el calendario que nació el 19 de junio de 1909 en Estados Unidos, cuando Sonora S. Dodd quiso hacer un homenaje a su padre, Henry Jackson Smart. Gustó la idea y en 1966, Lyndon B. Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio como Día del Padre en todos los Estados de la Unión. En España la idea partió de una maestra de escuela en el barrio de Belmonte (distrito madrileño de Moncloa-Aravaca), Manuela Vicente Ferrero, en 1948. Propuso que el Día del Padre coincidiera con el día de San José, o sea, el 19 de marzo. La idea de esa maestra gustó al entonces dueño de Galerías Preciados,  José Fernández Rodríguez (Pepín), que vió la ocasión de incrementar las ventas de su negocio con tal motivo, y fue en 1953 cuando comenzó su campaña de promoción de regalos en radio y prensa. Su primo, Ramón Areces, que controlaba El Corte Inglés, le ofreció trabajo a Manuela Vicente, doblándole el sueldo, pero ella lo rechazó. A cambio, le pidió a Areces que permitiera a sus alumnas mayores, las que estaban a punto de dejar la Enseñanza Primara, que entonces era a los catorce años,  poder optar a las pruebas necesarias para trabajar en sus almacenes, a lo que Areces no puso inconveniente alguno. A partir de entonces, aquella escuela madrileña produjo una “cantera” de chicas que dieron un excelente juego en los diversos departamentos de su negocio en expansión. Ojalá hubiese en España muchas personas como Ramón Areces, que trabajó en El Encanto de La Habana hasta 1935. Mi abuelo Aquilino, también asturiano, fue compañero suyo durante muchos años. Ambos comenzaron de “cañoneros”, es decir, de aprendices con derecho a comida y alojamiento; y no sé,  pero tal vez embarcaran en el mismo vapor aunque en distintas fechas. Ramón Areces y sus otros dos hermanos, Manuel y Luis, embarcaron en el “Alfonso XIII”, desde el puerto de Gijón. Mi abuelo no lo sé. Suscribo en su totalidad lo que describe Joaquín Julio Flores Peña en  la revista “La Ciesma”: “Más de tres millones y medio de españoles emigraron al continente americano en los últimos veinte años del siglo XIX, la mayoría de ellos gallegos, asturianos, cántabros y canarios. Con los últimos ahorros se pagaban los billetes, en la mayoría de los casos sin retorno, huyendo del hambre, de la miseria y del servicio militar obligatorio al no poder pagar a un sustituto o una redención. Muchos de estos hombres y  mujeres, e incluso niños, no llegarían nunca a esa tierra; pereciendo durante la travesía apiñados en las cubiertas o en las bodegas de esas grandes máquinas navales”. Es necesario recordar que el período en que se registra el mayor volumen de entradas de emigrantes en la isla fue entre 1912 a 1921 y desciendió a partir de ese último año, tras la caída de los precios del azúcar en el mercado mundial y la crisis que sobrevino. Por cierto, el vapor Alfonso XIII, de la Compañía Trasatlántica Española, que hacía la línea Cantábrico-La Habana-Veracruz, al regreso de su primer viaje coincidió en el puerto de Santander con el incendio del vapor Cabo Machichaco, de la Compañía Ibarra, que llevaba en sus bodegas gran cantidad de garrafones de ácido sulfúrico y 51 toneladas de dinamita de la que no se había dado cuenta a las autoridades portuarias. Ello sucedía el 3 de noviembre de 1893. La tripulación del Alfonso XIII contribuyó a apagar el incendio inicial del otro barco atracado, pero en la explosión que se produjo posteriormente murieron  590 personas, entre ellas el capitán Francisco  Jaureguizar, más de 30 tripulantes del Alfonso XIII que estaban auxiliando y casi todas las autoridades civiles y militares de Santander, incluido el gobernador civil Somoza, cuyo bastón fue encontrado en la Playa de San Martín, a varios kilómetros de distancia. Pero esa es una historia que dejo para otro día.

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