domingo, 27 de abril de 2014

Dentaduras y sopicaldos




Los medios comentan hoy domingo una noticia insólita que pudo haber terminado en tragedia. En Madrid, en la vía de circunvalación de la M-30 a la altura de Ventas, se topó una patrulla de policía con un motorista de origen sudamericano que había parado su moto, una “scooter marrón” dice la prensa, en el arcén lateral, y daba vueltas por el asfalto buscando su dentadura, que acababa de perder por culpa de un estornudo. Comprendo el desasosiego del motorista. Se puede perder la fe,  el trabajo por cierre del taller, el piso por no poder hacer frente a la hipoteca, a la esposa por sentencia firme de divorcio…, pero perder la dentadura son palabras mayores. Parece ser que el hombre hizo caso a las órdenes de los guardias y continuó circulando, pero al poco se lo pensó mejor y regresó al lugar sin darse por vencido. Alertado otro coche patrulla, salió en su busca pero éste ya se alejaba en su moto. Lo que no dice la prensa es si por fin el motorista pudo encontrar el adminículo perdido. Porque, a ver, pierdes un ojo de cristal y no pasa nada porque sólo sirve de adorno; pierdes una pata de palo y siempre te queda la posibilidad del uso de muletas hasta conseguir que te adapten una nueva; etc, pero perder la dentadura es una cosa muy seria: no puedes pasarte la vida tomando sopicaldos. La dentadura tiene su importancia en las personas y en el resto de los mamíferos, pero también en la filatelia. Recuerdo haber leído de José María Sempere en “El eco filatélico y Numismático” algo que ignoraba: “Que un sello conserve todos sus dientes y los tenga equilibrados, es decir que el sello esté centrado es algo importante que redunda en su valor. Cuanto mejor centrado esté y mayor perfección ofrezcan sus dientes, mejor cotización, al menos en los ejemplares antiguos cuyas perforaciones se realizaban con máquinas rudimentarias de escasa precisión”. También existió la moda de dentar aquellos retratos que un fotógrafo ambulante nos hacía durante nuestra más tierna infancia y que ahora conservamos en una caja de membrillo, de aquellas de hojalata litografiada. La mía es de dulce de membrillo El Quijote, fabricada por Miguel Chacón Rivas en Puente-Genil. En fin, al señor de la moto, sobre el que no sabemos de qué manera perdió su dentadura natural, si de un sopapo bien dado o de una gingivitis aguda, le recomendaría moderar la fuerza de sus estornudos y, también, adquirir un buen adhesivo pegajoso para su prótesis dental si no quiere ser atropellado en una vía rápida o pasarse la vida lanzando pestes sobre Julius Maggi y toda su parentela. Pero no quiero terminar hoy sin recordar a mis lectores que, durante la Guerra Civil, sólo consiguió contrato con la firma Maggi el bando fascista, que motivó el nacimiento de Gallina Blanca y, más tarde, de su rival Starlux. A comienzos de este siglo, ambas firmas se fusionaron.

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