miércoles, 9 de abril de 2014

Semana Santa en ciernes




A fecha de hoy, al ciudadano corriente sólo le interesa qué tiempo hará en la Semana Santa. Le trae al pairo que salga Arias Cañete de Agricultura y lo facturen para Bruselas a gastos pagados, que haya crisis de Gobierno o que “el lento saneamiento de la banca frene la recuperación en España”, como señala el FMI y cuenta El País en sus páginas a sus lectores. Hay que salir con el utilitario camino de cualquier sitio, ¡qué más da dónde!, quemar gasolina y hacer kilómetros por carreteras secundarias por ver una Pasión viviente en un pueblo olvidado, o comprobar in situ el aseo con el que tocan el bombo en el Bajo Aragón, o sencillamente volver al pueblo de la niñez y poder hablar con los pocos conocidos que van quedando. La cosa es salir de la ciudad y dejar sitio a otros que, de igual manera, vendrán procedentes de otros lugares y darán una inyección a los hosteleros. Algunos, como en mi caso, seguiremos haciendo la vida de siempre; es decir, escribir,  leer la prensa, sacar al perrillo, hacer el crucigrama concurso del “Quiz”, tomar alguna caña en oferta y  comprar en el Mercadona los artículos de consumo diario. Eso de los tambores, los encapuchados y las peanas de cristos con mucha sangre, el dolor por los siete puñales en el pecho de la Dolorosa y el olor a incienso y a caries de sacristanas no va conmigo. Respeto a aquel que le guste, como le pasaba a Garmendia, el autor de “La taberna de El Traga” que, cuando le hablaban de la Navidad, siempre decía: “A mí me gusta cuando lo matan”, refiriéndose a las procesiones de Sevilla. Quedan pocos días para que asome por los cerros la primera luna llena del equinoccio de primavera y comience la tragedia de Jesús ante Pilatos y lo que vino después, que no fue poco. Es la Pascua de los judíos pero al estilo español, es decir,  con el esperado Mesías ya crucificado y con tallas sobre peanas alegóricas de esa Pasión por los empedrados de los cascos viejos de todas las ciudades, con más cornetines, más tambores, más peinetas sobre cabezas de manolas y  más clamor y murga. ¡Y qué bien de mal lo pasan los turistas contemplando el espectáculo! Y del fondo de una calle sale el “sonío” ronco en la voz de Manolo Caracol: “Quién te puso salvadora/ que poco te conocía. / El que de ti se enamora/ se pierde “pa toa” la vida…”. Por favor, camarero, un aguarrás con unos cubitos de hielo.

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