jueves, 29 de mayo de 2014

Toma a tierra



Siempre se dijo que la ropa sucia se lava en casa, pero ahora sucede que los negocios de lavanderías han aparecido como setas en Zaragoza. Incluso una gasolinera de la avenida de Cataluña ha quitado su  espacio de servicio de refrescos y prensa para dar paso a una sala llena de lavadoras. ¿Acaso la gente ya no lava la ropa en casa? Recuerdo cuando a finales de los años 50 entró en casa de mis padres la primera lavadora. Era una máquina redonda con patas y ruedecillas que disponía en su interior de una hélice en su parte inferior capaz de mover la ropa hasta marearla. Se llamaba “Bru”. Se le echaba en el agua las “Escamas Saquito” para que diese mucha espuma. Recuerdo que daba unos calambres que no te quiero contar. Posiblemente no habían dado en casa en el chiste de eso que los electricistas de familia, que eran como los médicos de familia pero en la cosa electrodoméstica,  llaman  la toma a tierra. Yo sólo conocía la toma a tierra de los muertos, que era costumbre secular en aquel pueblo. Me explico: siempre la familia rodeaba la cama del agonizante y, cuando parecía que ya había dejado este mundo, el nuevo difunto era tomado de pies y manos por cuatro parientes cercanos que lo sacaban de la cama hasta hacer que su cuerpo tocase las baldosas del suelo. Una vez realizado el rito, lo volvían a colocar en la cama. Entonces, unas comadres que lloraban mucho vestían el cadáver con el traje de los domingos incluida la boina. Si era mujer la fallecida, la vestían y llamaban a la peluquera para que le hiciese un buen cardado en el pelo. En cierta ocasión, parece ser que una mujer aparentemente muerta, al tomar tierra, le saltaron unas chispas que el electricista de familia diría más tarde que había sido por la electricidad estática, abrió los ojos, se cagó en toda la parentela de aquellos que la estaban tomando de pies y manos, se puso las zapatillas, marchó al cuarto de estar, miró por la ventana, se sentó en la mesa camilla y se metió entre pecho y espalda una copita de anís Las Cadenas, de finísimo paladar.

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